Me permito presentar una versión libre (mí versión) del "Romance sobre el evangelio in principio erat Verbum acerca de la Santísima Trinidad", de san Juan de la Cruz: En el cielo existen tres Personas y un Amado.
En el cielo existen tres Personas y un Amado. Entre ellas existe un amor y el amante es el amado en que cada cual vive. En ese amor inmenso que del Padre y del Hijo procede, grandes y exquisitas palabras se decían, que era imposible que alguien fuera de ellos las pudiera entender, pues solo el Hijo las podía entender y gozar. El Padre le decía al Hijo: "Nada me contenta Hijo mío fuera de tu compañía, y si algo me contentara en ti mismo lo querría, pues el que a ti se te parezca, a mí más me satisfacería, y el que nada se parezca a ti, en mí nada hallará. ¡OH vida de mi vida! al que a ti te amare Hijo mío, yo mismo me le daría y el amor que yo en ti tengo, ese mismo en él pondría por haber amado a quien yo tanto quiero".
El Hijo al escuchar al Padre quiso que todos los hombres recibieran también ese amor que el Padre le prodigaba, pero, desgraciadamente los hombres habían fallado a todas las alianzas que el Padre había hecho con ellos, entonces, el Hijo se ofrece por amor al Padre y a los hombres para llevar a cabo una nueva alianza, definitiva, o sea, perfecta, pues quien siempre había ofrecido una alianza era el Padre quien es Dios, y ahora, quien la acepta, es el Hijo, quien es Dios, y con el Oferente y el Aceptante está el Espíritu Santo, el Espíritu de ambos quien es Dios. El Padre al escuchar la decisión del Hijo, lleno de emoción y del Espíritu de ambos le dice: "Hijo, déjame darte un gran regalo por eso. Te daré una Madre. Y entonces acompañado de trompetas y coros de ángeles, la Trinidad vistió de carne al Verbo, quedando el Hijo encarnado en el vientre de María y así:
"….el que tenía solo Padre,
ya también Madre tenía…."
Pero el Hijo no quería quedarse nada para si, sino que quería todo para los hombres pues el no era egoísta, y a pesar de que ya se había despojado de las prerrogativas de su condición divina en la Encarnación, en la cruz, al estar sellando esa nueva alianza, se desprendió de ese gran regalo del Padre, de su Madre, y a manera de testamento nos la dejó, pues quiso que también fuese nuestra Madre.
De regreso el Hijo al cielo, después de haber cumplido su cometido, el haber sellado esa nueva alianza con su muerte y resurrección, iniciada en la encarnación, se presenta ante el Padre quien ansiosamente lo esperaba. Pero llenose de asombro el Padre al verlo tan fatigado, adolorido, maltratado, desnudo y con las manos vacías, que exclamó: "¡¿Qué te pasó Hijo mío, por qué vienes ante mí sin nada, dónde están todos los dones que yo te di?!". Entonces el Hijo que no quiso ser egoísta le responde: "Padre, todo lo que tú me diste, incluso mi Madre, se me fueron por estos agujeros", al tiempo que le mostraba las heridas de sus manos y pies producidos por los clavos de su crucifixión y la del costado por la lanza. El Padre abraza al Hijo, llenos los dos del Espíritu de ambos, y le dice: "Hijo, todo lo que te he dado se lo has dado a los hombres para que me conozcan y me amen, por eso, al que te siga yo lo amaré como hijo, hijo en ti.
Esta es la historia del Hijo que no quiso ser egoísta, pues siendo Él, el Hijo del Padre, quiso que todos fuésemos por Él, hijos del Padre, que por Él recibiéramos al Espíritu de ambos y que por Él, tuviésemos una misma Madre, en fin, que fuésemos una misma familia.