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La necesidad urgente del catecumenado postbautismal

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Hoy el párroco bautiza a nuestros hijos confiado en la eficacia del minicurso presacramental y en la promesa que hacemos los padres de educarlos en la fe. Nada más.

 

En el libro (“Rome sweet home”, Ignatius Press) en el que narra su conversión al catolicismo, el Dr. Scott Hahn, antiguo pastor protestante, menciona que uno de los obstáculos más duros que encontró para entrar a la Iglesia Católica, y el más inesperado, fue el patético desconocimiento de los católicos acerca de las verdades básicas del cristianismo y su lejanía práctica de la Sagrada Escritura y del Magisterio. Y a ello añade la mediocridad generalizada de las comunidades católicas en la práctica de la fe. No podía entender el Doctor Hahn que los católicos pudieran ignorar o menospreciar la grandeza de ser parte de la Iglesia verdadera, cuando él hubo de sacrificar una posición social segura, amigos y hasta la unidad familiar para poder pertenecer a ella. Asistía diariamente a misa desde meses antes de ser acogido formalmente en la Iglesia y contaba los días que faltaban para recibir la comunión, mientras observaba sorprendido que muchos católicos no comulgaban o pasaban la misa viendo desesperados el reloj. ¿No se daban cuenta del tesoro que estaban despreciando? Creo que la descripción del Doctor Hahn no difiere mucho de lo que experimentamos en nuestras propias parroquias.

Pero ¿porqué pasa eso?

Porque la mayor parte de las parroquias no cuenta con procesos postbautismales de formación en la fe. O no les dan la importancia debida. En los primeros siglos, quien quisiera bautizarse debía pasar por un período formativo prolongado: el catecumenado. En ese tiempo, los responsables de cada iglesia se cercioraban que el aspirante escuchara y entendiera la Buena Noticia, la aceptara y, con la ayuda de los catequistas, fuera creciendo en la fe hasta ser capaz de recibir el bautismo.

Hoy el párroco bautiza a nuestros hijos confiado en la eficacia del minicurso presacramental y en la promesa que hacemos los padres de educarlos en la fe. Nada más. No hay ningún proceso formativo posterior obligatorio, ni seguimiento por parte de algún catequista experimentado, ni anuncio del Evangelio, ni profundización a través de la Escritura y de la explicación y aprovechamiento de la liturgia, ni vivencia de una comunidad. Es natural que desoigamos al Papa y los obispos, y que cualquier película anticatólica nos ponga a temblar, y nos desmoronemos ante cualquier tentación.