El Amor

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El Amor de este mundo y el Amor del Cielo son dos formas muy diferentes de amar.

 

Sean hombres y mujeres de ese amor absoluto. En él se encuentran reconciliados, a pesar de todo, los que no se comprenden y, tal vez, ya no pueden soportarse. (Urs von Balthasar)

El cristianismo es la  religión del amor universal. Esto es lo que constituye su identidad más profunda, su fuerza incontenible, su capacidad de fascinación permanente; todo en el cristianismo gira en torno a un eje, el amor; todo se centra y converge hacia el amor; todo lo que cremos y esperamos se apoya en el Evangelio del Amor.

Nadie ha proclamado con tanta certeza y convicción al mundo entero que  Dios es Amor, y sólo amor; que este Dios-Amor, vivo y eterno, quiere, como sólo Dios es capaz de querer, que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Esa verdad que nos salva es Cristo. Ese Dios-Amor no hace excepción de personas. Ama a justos y a pecadores, a buenos y a malos; el sol amanece para todos, y la lluvia cae sobre todos los campos. El amor de Dios es verdaderamente universal. Dios ama a todas sus criaturas; no odia nada de lo que ha creado. Para Dios, todos los hombres son hijos, lo sepan o no, lo quieran reconocer o negar. Sean como sean los hijos, los padres nunca dejan de ser sus padres. Así es con Dios. Todos los hombres que vienen a este mundo son sus criaturas queridas, hijos en su Hijo amado y eterno, Jesucristo.

Cuando Dios creó al hombre, también lo creó para amar. El hombre nació de sus manos para ser hermano universal de todos. Pero el pecado todo lo cambió y trastocó. Desde que el hombre dejó de escuchar a Dios y de obedecerle, se convirtió en lobo para el hombre. La ley universal de la comunión y solidaridad universales, se cambió por otra: la ley del egoismo, es decir, la ley de todos contra todos, sin miramientos ni escrúpulos. Claro que todavía sigue ardiendo el amor en el corazón de los hombres, pero regido por otra ley. El amor de Dios es agape, el amor humano, el que brota de su ser natural y herido por el pecado de los orígenes es eros. Eros y Agape son dos formas muy diferentes de amar. Eros es el amor de este mundo. Agape es el amor del cielo, el amor propiamente cristiano.

Entonces, ¿Cuál es la diferencia? Es muy importante para un cristiano distinguir estas dos clases de amor. Cuando no se distinguen, se corre el peligro de egañarse a sí mismo, creyéndose cristiano, cuando en realidad se está viviendo como pagano. Antes de pasar a distinguir estas dos clases de amor, conviene hacer algunas reflexiones sobre el misterio de la persona humana y el amor.

Lo primero que hay que decir es que, en realidad, toda verdadera vida es encuentro. Fuera de una relación interpersonal no puede nacer, crecer y madurar el ser personal del hombre. Esta relación está esencialmente constituida por una apertura de un ser a otro, en el diálogo, en la palabra que se dicen el uno al otro. El ser personal del hombre nace en el seno materno de la palabra, en él crece y llega a su plenitud. Fuera de la palabra la vida humana no puede existir, se axfisia y muere. Todos somos hijos de una palabra de amor. El odio jamás podrá ser capaz de engendrar a un ser personal. La palabra de odio no es creadora de vida personal, sino que destruye la que ya ha comenzado a existir por el amor. La primera palabra que se pronunció fue una palabra de amor. Al principio existía la Palabra, escribe San Juan en el prólogo de su evangelio. Antes de que comenzase a existir un YO  humano, existía ya el TU amoroso de Dios creador. Y el hombre comenzó a vivir como ser personal, comenzó a existir, cuando escuchó por vez primera la voz de Dios. Y su vida se prolongó en la palabra de amor que se dijeron Adán y Eva, el uno al otro. De la palabra y el diálogo nació el hombre, y llegó a ser lo  que estaba llamado a ser, como imagen y semejanza divina, y no esa caricatura de hombre que nos hemos fabricado con nuestras palabras de odio y de  mentiras. Al principio no fue así. Al principio, el hombre vivía de las palabras de amor, divinas y humanas, que escuchaba en el silencio. Su vida era obediencia: escucha del otro; escucha silenciosa, respetuosa, dócil, humilde y gozosa. Al principio, cuando el hombre surgió de las manos creadoras de Dios, todo amor era agape, amor divinamente humano.

Ese fuego de amor de los comienzos, era un manantial puro; manaba de las fuentes eternas del Dios vivo. Pero el pecado vino a embarrar ese manantial, y a envenenarlo. Lo que ocurrió, cuando el hombre cometió el primer pecado contra el amor, -pues todo pecado es negarse a amar-, fue que, el hombre, todo el hombre, incluída  toda su potencialidad para transmitir la vida, quedó desconectado de las fuentes eternas del amor. Desde ese día, hasta el día en que Jesucristo nos volvió a conectar con la fuente del amor divino, el hombre perdió la capacidad de amar con el mismo amor de Dios. Su amor se hizo egoista, interesado, lleno de miedos y sospechas, desordenamente pasional.

Ahora, partiendo de cuanto hemos dicho, volvamos a la pregunta que quedó planteada: ¿Cuál es la diferencia esencial entre eros y ágape?

EROS  es un amor esencialmente interesado. Esto no significa que sea algo malo, todo lo contrario. Es un verdadero amor, que brota del corazón del hombre en forma de simpatía o enamoramiento. El corazón  del hombre se siente siempre impulsado hacia el bien que encuentra en otras personas. Eros es esa fuerza que lleva a la comunicación y relación con  aquellas personas  en las que encontramos algo digno de ser amado. El amor erótico, amor creativo y fecundo, fuente de gozo y alegría, no funciona si no encuentra algo que le atraiga  en la persona amada. Enamorarse, tener amigos, simpatizar con un círculo restringido de amistades, entenderse bien con quienes piensan más o menos lo mismo, tienen los mismos gustos e intereses, etc. etc. es lo propio del amor erótico.  Este amor humano no hay que reducirlo a un simple impulso sexual o a una pura apetencia libidinosa.  Este amor es una fuerza formidable que mueve los corazones y los une.

El amor  entre esposos, entre enamorados y amigos, el amor de los padres a los hijos y de los hijos a los padres,etc.etc. es un amor erótico, un amor que no puede existir si el que ama no encuentra en la persona amada algo bueno y digno de ser amado. Es un amor esencialmente dependiente de lo que uno ve y encuentra, de lo que espera, de lo que uno siente, de lo que uno va  a ganar, de las ventajas que puede tener. Esta clase de amor es, como decía antes, un amor esencialmente interesado.

La Biblia habla claramente de una nueva forma de amor. Para distinguirlo de Eros, la Escritura lo llama AGAPE. Es el amor de Jesús; el amor derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado. Este amor, es esencialmente desinteresado y creativo. ¿Por qué decimos que esta clase de amor es esencialmente creativo y libre? Sencillamente porque no depende de nada de lo que ve y encuentra en la persona amada. Quien ama a alguien con puro amor de Agape, amor como el de Cristo, ama porque quiere amar, sin esperar de ello ninguna ventaja ni ganancia. No ama siquiera para que le den las gracias. No se siente impulsado a amar porque la persona amada le simpatice, le atraiga; porque encuentre en ella algo digno de ser amado. El que ama con esta nueva clase de amor, ama como creando de la nada el amor que entrega. No ama porque el otro es bueno y digno de amor. Al contrario, ama porque quiere amar, y al amar hace buena a la persona amada. Como Dios, como Jesús, que nos ha amado y ha dado su vida por nosotros, no porque haya encontrado en nosotros algo bueno y digno de ser amado, sino que, siendo pecadores, enemigos de Dios, nos dió todo el amor de su corazón, hasta dar su vida por nosotros. Este es el amor de Agape, el amor divino, el amor de Cristo y el de todos los verdaderos cristianos. El mandamiento nuevo de Jesús, es el mandamiento del amor, un amor libre y creativo como es el amor mismo de Dios. Este amor es esencialmente universal; incluye a todos, hasta a los enemigos, a los que nos odian, a los que no nos simpatizan, a los que nos calumnian y aborrecen, a los de cerca y a los de lejos. Es un amor liberador, pues nos obliga a hacer de cada hombre, un hermano. Por este mandato de Jesús estamos obligados no sólo a no hacer mal a nadie, sino a hacer a todos y cada uno de los hombres que encontremos en el camino de nuestra vida, todo el bien que podamos. Este mandato de amor nos obliga y compromete, durante toda la vida, a orar por la salvación de todos los pecadores; a bendecir a los que nos maldicen; a saludar a los que nos niegan el saludo; a compartir con todos vida y dinero, especialmente con los más pobres e insignificantes, los abandonados y olvidados de la tierra. Para amar con amor de Agape, amor de caridad, se necesita la fuerza del Espíritu Santo, el amor mismo de Jesús derramado en nuestros corazones. Sólo Dios nos puede hacer capaces de ese amor divino. “Amense los unos a los otros con el mismo amor con que yo les amo”, nos manda Jesús. En esto conocerán todos que sois mis discípulos.  Esto es lo que nos distingue de los que no han conocido a Jesús y no han recibido la fuerza de lo alto, el Espíritu Santo, Amor del Padre y del Hijo.

Estas dos clases de amor, en la realidad, no se dan químicamente puras, separadas, excluyéndose. Todas las fuerzas de amor, tanto el amor natural –EROS-, como el amor sobrenatural –AGAPE-, en mayor o menor medida, se dan ordinariamente entretejidas y mezcladas en el corazón de cada hombre.  En uno predominará más una forma, en otros otra. En algunos puede ser, que el amor de caridad -Agape- esté completamente ausente. En esos casos, ya no se puede hablar de vida cristiana, aunque esa persona esté bautizada.

El termómetro que mide el grado de amor de toda vida cristiana siempre marca algunas décimas de fiebre egoista. No es fácil amar a los otros con amor de caridad. En realidad, esta clase de amor, es un amor imposible para las solas fuerzas del corazón humano. Dios tiene que venir en nuestra ayuda, darnos su Espíritu Santo de amor, pues, de otra forma, nunca vamos a poder amar con ese amor exlusivamente propio de Jesús de Nazaret. En esto consiste propiamente la conversión cristiana. Querido Amigo y hermano lector, se necesita todo el tiempo de nuestra vida para abrirse al amor divino y así aprender a amar con el mismo amor de Jesús. Sólo, tras largos años de esfuerzo y lucha espiritual, por la gracia y misericordia de Dios, se nos va iluminando y encendiendo el corazón. En la escuela de la vida cristiana, lo único importante y necesario es aprender a amar con el mismo amor de Jesús.