Un medio de comunicación que está abierto a su misión y es conciente de su deber en honor a la verdad y por amor y servicio al hombre y a la sociedad, no se cierra a determinados sectores y se abre indiscriminadamente a otros.
Regularmente, a no ser en medios explícitamente católicos o que aman la verdad, son pocos y cada vez más escasos los periódicos, páginas digitales informativas, tertulias y programas radiofónicos o televisivos, que abren sus espacios a eclesiásticos, religiosos o laicos católicos comprometidos que viven coherentemente su fe. Cuando llegan a hacerlo, las más de las veces, es para que el público presente o el auditorio que lee, escucha o ve, descargue una saña y furia con olor a remuneración económica (o mera disidencia sin fundamento) contra aquellos que se esfuerzan en llevar a la práctica lo que creen.
Es sorprendente constatar como ciertos medios de comunicación (que casualmente coinciden con posturas anti-católicas) salen de la práctica ordinaria de vetar sus espacios a un tipo de “cristianos” queriendo hacer creer que son sitios plurales y abiertos. A últimas fechas se ha desatado en España y México dos sucesos que han dado pie a recordar lo anterior.
En España, las dos últimas semanas han sido “suceso”. La decisión del cardenal arzobispo de Madrid de destinar la parroquia de san Carlos Borromeo a centro de Caritas no fue un fallo precipitado. Le precedieron largos tiempos de análisis y búsqueda de la mejor solución ante las constantes faltas a la disciplina litúrgica por parte de los tres sacerdotes que la regentaban; faltas objetivamente graves que no nos vamos a detener a considerar. El caso ha desembocado en manifestaciones de los vecinos que de no ser por el hecho seguirían sin frecuentar la parroquia y en declaraciones de prensa por parte de los presbíteros en contra de la jerarquía eclesiástica legítimamente constituida, la liturgia y otras insinuaciones en sintonía con la triste y poco clara encuesta publicada en la recién reaparecida revista «21RS». De las palabras de los disidentes han hecho gran eco numerosas publicaciones de acento laicista si bien sorprende la nulidad de espacio concedido a los portavoces del arzobispado de Madrid. Lo más sorprendente del caso es la injerencia que en un asunto explícitamente intra-eclesial se ha sucedido en muchos de los que reprueban la opinión de la Iglesia en cuestiones temporales, mismos que se han constituido en defensores abiertos de los detentados de la hasta hace poco iglesia parroquial.
En México se prendió la mecha hace una semana. ¿El motivo? El vestido típico que llevará la representante nacional en el certamen “Miss Universo” que se celebrará en meses próximos en ese país. El modelo de falda de manta tiene estampados detalles de la Virgen de Guadalupe, mexicanos ahorcados, fusilados o mujeres en celebraciones Eucarísticas clandestinas durante la persecución religiosa del primer cuarto del siglo XX. Si bien tampoco nos vamos a detener en una consideración más profunda sobre la utilización de elementos religiosos en festivales paganos, sí parece justo reflexionar sobre los amplios espacios concedidos a agnósticos, ateos “intelectuales” y algunos creyentes que han hablado en abierta oposición respecto a esto.
Y es que tanto en el caso español como en el mexicano, se echan de menos, en determinados periódicos, canales de televisión y estaciones de radio, las columnas o tiempo destinados a las voces de aquellos que se quiere hacer pasar como los malos de la historia. Un medio de comunicación que está abierto a su misión y es conciente de su deber (presentar con objetividad y claridad la información) en honor a la verdad y por amor y servicio al hombre y a la sociedad, no se cierra a determinados sectores y se abre indiscriminadamente a otros. Ofrece paridad de oportunidades y se aferra no a una ideología sino a la verdad.
Los que recibimos la información debemos ser capaces de identificar y discernir la interpretación que puede estar o no en sintonía con la verdad de fondo: una palabra, una expresión, pueden marcar la diferencia. El principio para que lleguemos a una buena conclusión no precisa de grandes conocimientos; basta con reflexionar y captar qué se dice, cómo se dice, quién lo dice y por qué lo dice. No resulta extraño que puntuales medios de comunicación abran generosamente sus páginas o programación a quienes disienten de la común y correcta ortodoxia del creyente católico y únicamente abran sus espacios para manipular declaraciones o entresacar líneas jugando a una doble interpretación. La tarea del que recibe no es repetir lo que le dicen sino ver si lo expresado es la verdad.