Nos falta ser morada de Dios. Si Dios habitara en nosotros haríamos las cosas que le agradan. Tendríamos valor y caridad. Iríamos por el mundo con el corazón puro.
“El que me ama, guardará mi Palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él” (Juan 14, 21)
Nos falta ser morada de Dios. Si Dios habitara en nosotros haríamos las cosas que le agradan. Tendríamos valor y caridad. Iríamos por el mundo con el corazón puro.
Miraríamos con la mirada del Amor, mirada de caridad, mirada de hermano. Sin saberlo, mi papá se preparó para esto: “ser morada de Dios”.
Recuerdo la tarde que me telefonearon al trabajo.
—Su papá está grave—me dijeron. Y fui al hospital a verlo.
El cáncer se le había propagado en el cuerpo y no había esperanzas.
Cuando llegué hablé con mi mamá.
—No hay mucho tiempo—le advertí—Pregúntale si desea un rabino o un sacerdote.
Al rato salió mi madre de la habitación y me dijo:
—Quiere un sacerdote.
Como pude conseguí uno y le expliqué lo que ocurría. Es una situación delicada. Un hebreo que desea convertirse. El sacerdote necesitaba estar completamente seguro. Entró a conversar con mi papá y al rato nos llamó para que pasáramos.
—Se va a bautizar—dijo, mientras se colocaba la estola y sacaba el agua bendita y el aceite crismal.
Yo fui el padrino. Mi mamá, la madrina.
Ocurrió entonces un hecho sobrenatural. Y a la vez tan humano. Se quedó dormido, placidamente, en paz.
El médico telefoneó en ese momento para preguntar cómo seguía mi papá. La enfermera le reportó que dormía y me pasó el teléfono.
—Algo está mal—me dijo el doctor preocupado—Mejor voy para allá.
—Lo que ocurre—le expliqué—, es que se bautizó.
—Ahhhhh—replicó aliviado—Esos son campos en los que no tengo ingerencia.
Entonces me comentó asombrado:
—Es increíble. Durante tres días le he dado sedantes como para dormir a un elefante, sin resultados y ahora sencillamente… ¡se ha dormido!
Ya todos hablaban de esto en el hospital cuando otro hecho dio que hablar. Al día siguiente trasladaron al recién bautizado, por su gravedad, a la sala de cuidados intensivos. De pronto, desde el pasillo, empezamos a escuchar los cantos religiosos que entonaba feliz, acompañado por el coro de las enfermeras, que durante largo rato se le unían y cantaban con él.
Desde aquella maravillosa ocasión, comulgó cada día de su vida y nos dio ejemplo de fortaleza, confianza y abandono, en la voluntad de Dios.