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Dentro del corazón de María

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No puedo sino agradecer a Dios por hacer brotar desde hace ya 150 años junto al manantial de Massabielle, una fuente viva donde la fe se fortalece, las almas y los cuerpos se curan y donde el sentido de Iglesia se fortalece.

 

Hace unas semanas, tuve la enorme gracia de ir en peregrinación a Lourdes, acompañando a un grupo de familias italianas. Fui uno de los siete capellanes de la peregrinación que organiza cada año la asociación “Piccola Famiglia” (pequeña familia). Participaron más de 650 peregrinos: 100 enfermos, 250 voluntarios y colaboradores (enfermeros, médicos, etc.) 80 jóvenes ayudantes y un buen grupo de peregrinos.

Cada uno de ellos llevaba un enorme corazón abierto y generoso para ayudar en todo lo que se necesitara y para escuchar lo que la Virgen María les quería decir.

Fui testigo de infinitas gracias de Dios para cada uno de los participantes. ¡Podría contarles tantas! Aquel señor que se sintió tocado por la gracia cuando entró a la piscina con uno de los enfermos que asistieron en peregrinación; el milagro de ver cómo dos niños autistas dieron señales de vida y de conciencia ante la gruta de Lourdes, pidiendo recibir la comunión… el voluntario que los guiaba no dejaba de llorar de la emoción.

Por delicadeza a estas personas, no pongo el nombre concreto, pero, de verdad, no puedo sino agradecer a Dios por hacer brotar desde hace ya 150 años junto al manantial de Massabielle, una fuente viva donde la fe se fortalece, las almas y los cuerpos se curan y donde el sentido de Iglesia se fortalece.

Ahí, gracias a los amigos peregrinos enfermos y discapacitados pudimos reunirnos para vivir el mandamiento más querido por Cristo, la caridad, el servicio a cada uno de los hermanos y especialmente de los más necesitados.

Fue muy enriquecedor conocer a tantas personas, jóvenes y adultos, comprometidos en el servicio a los enfermos. ¡Eran muchísimos! Y lo que más admiraba era palpar su alegría: animaban a quien se sentía desconsolado, acompañaban la silla de ruedas para visitar la gruta, cargaban con sus propias manos al enfermo que deseaba entrar en las piscinas, etc.

Junto a estas personas, me hice yo peregrino y también tomé el baño en la piscina… una experiencia fuerte de conversión y desnudez ante la presencia amorosa de Dios. En este lugar se aprende a rezar, se encuentra la reconciliación con Dios y se vive con particular fuerza aquello de “es mejor dar que recibir”.

Termino con una confidencia: la primera vez que había pasado por ahí fue hace doce años, de camino a Roma para iniciar mis estudios de filosofía y teología. Después de todo este tiempo, pude ahora presentarle mi corazón henchido de gratitud por interceder por mí durante estos años y sostenerme en el momento de mi ordenación sacerdotal.

En ese lugar, a los pies de la Virgen, he pedido también por cada uno de ustedes, queridos lectores, para que María  les cuide y proteja en todo momento. En efecto, nada queda fuera del corazón materno de María.