Cuando uno dedica su vida por completo a Dios, no se olvida de todo, pero su entrega le hace valorar las cosas de otra manera.
Entregar la vida al servicio de Dios es un don maravilloso, es abandonarse completamente a Él. No significa olvidarse de todo pero sí encontrar un valor más grande que da sentido a la vida, no tener apegos por nadie ni por nada. En la sociedad actual se nos bombardea con un sin número de satisfactores, con lo cual podemos caer en la tentación de querer y luchar por esos satisfactores olvidándonos del bien más grande al que nos hemos entregado, a Dios.
“La vocación no es una renuncia, es una entrega”
Cuando uno dedica su vida por completo a Dios, no se olvida de todo, pero su entrega le hace valorar las cosas de otra manera. No tiene apegos terrenos, eso quiere decir que no se preocupa por los bienes materiales, tampoco le es indispensable el sentirse amado por los demás, se quiere llenar del amor de Dios para así poder amar evangélicamente a todos.
Su preocupación mayor es ayudar a las almas a encontrar la salvación, lográndolo por medio de la predicación, de la escucha, del acompañamiento, la oración y el ejemplo de vida.
En los últimos tiempos predomina el valor de lo material, se busca la satisfacción personal y se procura buscar los satisfactores que nos ofrece la sociedad actual. El dinero es, para algunos, signo de felicidad. Esto nos aleja del verdadero camino cristiano, se nos olvida que lo más importante del tener es el compartir, nos volvemos egoístas, nos llenamos de apegos y olvidamos que hay algo muy importante que es la Providencia Divina, que siendo personas de fe sabemos que nunca nos faltará nada de lo indispensable para vivir y así amar a Dios con todas nuestras fuerzas y con todo el corazón.
Olvidarse de lo superfluo y valorar lo realmente importante ayuda a comprender y entregarse en Cristo a los demás.
Sem. Ricardo Valle Andrés / ALMAS