Home > Análisis > Categoría pendiente > Revalorización de la ancianidad

Revalorización de la ancianidad

Image

No hay motivo alguno para menospreciar al anciano. Al contrario, hay que encontrarle lo positivo: la ancianidad es la etapa más alta de la existencia, pues la persona tiene sabiduría de la vida.

No hay motivo alguno para menospreciar al anciano. Al contrario, hay que encontrarle lo positivo: la ancianidad es la etapa más alta de la existencia, pues la persona tiene sabiduría de la vida, de las actividades laborales que desempeñó, del conocimiento que obtuvo de la gente; la ancianidad es una época de madurez en la que se efectúan las actividades después de reflexionarlas (véase al joven: tiene prisa por mostrar sus capacidades, en ocasiones es irreflexivo, lo cual puede llevarlo al fracaso), etc. De manera que, convivir con el anciano no sólo es prodigarle cuidados que, desde luego, necesita, sino, además y sobre todo, beneficiarse con su sabiduría: aprender a resolver problemas cotidianos, hacer trabajos como él los efectuó, saber distinguir a una persona buena de la mala, etc.

De lo antedicho se sigue la función social del anciano: poner al servicio de los demás sus conocimientos y sus experiencias, o sea, educar porque es sabio. Por ejemplo: el carpintero, el fontanero, etc., que ya no puede manejar las herramientas, le enseña el oficio a los jóvenes.

La ancianidad es una etapa de alegría: el anciano está jubilado de las actividades remuneradas económicamente, por lo que ya no está sometido al horario de un trabajo determinado, sino que es dueño de su tiempo y sólo él controla su existencia. Por estar jubilado, el anciano tiene la posibilidad de realizar lo que más le agrada: el carpintero se dedica a convivir con sus nietos, el mecánico de coches se consagra a leer poesía, novela, etc.

Para no temer la ancianidad se requiere educar a los niños: deben aprender a desempeñar alguna actividad y/o profesión para que obtengan sus recursos económicos; tienen que saber ahorrar su dinero para no depender de nadie en la ancianidad; han de poseer buena salud, es decir, cuidar su cuerpo mediante una vida ordenada, higiénica tanto en lo físico como en lo mental; hay que combatir el vicio (alcoholismo, drogadicción, prostitución, etc.) que daña, severa e irremediablemente el cuerpo.

En fin, la ancianidad es una etapa de la vida llena de conocimientos y experiencias que pueden beneficiar a los jóvenes que sepa aprovecharlos conviviendo armónica y amorosamente con el anciano[1].

[1] Aguayo, Enrique, El Pensamiento Filosófico de Emma Godoy, Hoja Casa Editorial, México, 2000, pp. 265-294.