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El amor nunca sobra

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El amor hasta el extremo es la misma entrega. Es el perder la propia individualidad, la propia integridad, si se quiere, para manifestar con tremendos hechos la indubitabilidad del triunfo del mismo amor en cualquier circunstancia.

Para Anita.

«Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo». Así nos dice el evangelio de San Juan. ¿Y cuál es ese amor hasta el extremo al que se refiere? Ni más ni menos que la mismísima entrega en sacrificio voluntario, de una víctima inocente y pura que habría de sucumbir ante los acusadores que lo convirtieron en la víctima propiciatoria. Y era necesaria su entrega para luego triunfar desde la cruz y hasta la resurrección.

El amor hasta el extremo es la misma entrega. Es el perder la propia individualidad, la propia integridad, si se quiere, para manifestar con tremendos hechos la indubitabilidad del triunfo del mismo amor en cualquier circunstancia.

En efecto, si hemos de amar hasta parecer exagerados, no está demás, no sobra ese amor. Si las situaciones de la vida nos imponen pesadas cargas como la enfermedad terminal de un familiar, un malestar personal, la muerte de un ser querido, el miedo, el frío, la soledad, la dificultad en lo que hagamos, debemos pensar y saber que podemos sentir el amor de los nuestros, pero aún más, podemos nosotros mismos acudir a dar amor, tal como reza la oración del frailecito virtuoso de Asís: “Maestro, ayúdame a nunca buscar / el ser consolado, sino consolar / ser entendido, sino entender / ser amado, sino yo amar”. Porque se nos habla tanto de los traumas, los ambientes que propician familias disfuncionales, la discriminación, el rechazo social, la polarización política, la pobreza, la justicia social que no llega, etc., pero apenas tenemos tiempo de preguntarnos qué estamos haciendo efectivamente nosotros. Podemos ofrecer nuestras manos para levantarlas en reclamo y exigencias de nuestros derechos, así como nuestros gritos clamando justicia, podemos opinar y sugerir mejores acciones del gobierno, podemos callar y pensar para nuestros adentros: “cada quien su vida y su criterio”, podemos sentir lástima por los que sufren y esperar que no nos pase a nosotros… Aunque la verdad es que en todo ello falta la esencia amorosa. Esa es la solución que el mundo nos incita a proponer.

Como sea, también podríamos detenernos un momento, salvar lo oscuro y el encierro de nuestra intimidad personal, mirarnos cara a cara con nosotros mismos y reconocer que también podemos ofrecer nuestra cercanía con quienes están sufriendo a nuestro alrededor, podemos abrazar, orar con ellos, apoyarles, reanimarles, dejar de quejarnos por pretender ser las víctimas, pues al cabo siendo víctima el amor que el mismo Jesús prodigó a sus amigos fue un amor activo, hasta el extremo. El amor, pues, nunca sobra, ni aunque pueda parecer exagerado. No le cerremos las puertas. Dejemos que se dé con nosotros a los demás, como Jesús lo hizo.

Julián Hernández Castelano (México)