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¿Quién es el sometido?

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En mi modesta opinión, nadie puede gozar de una libertad absoluta (por otra parte innecesaria), que consistiría en hacer lo que a cada uno le diese la gana.

Pbro. Roberto Visier C. (Venezuela)

Me quedo sorprendido cuando, con mucha frecuencia, sobre todo entre los jóvenes, pero también entre los adultos, se escucha este reproche hacia otra persona: “lo que pasa es que tú eres un sometido”. Es una especie de alegato a favor de la libertad personal de ese individuo. Como decirle con otras palabras: “dejas que decidan por ti, eres un esclavo, un estúpido sin libertad y sin personalidad”. Pero lo más sorprendente es que debajo de esta apariencia de bondad, de buena voluntad, de buen consejo, se esconde una invitación a obviar la autoridad de los padres de familia, de ser infiel en el matrimonio, de caer en cualquier cantidad de desórdenes. Por lo que se ve, y permítanme hablar “claro y raspao”, el hombre que no es adúltero, el joven que no desea visitar un prostíbulo, el que tiene la costumbre de llegar a casa temprano y sobrio o el que voluntariamente se “somete” a los deseos de sus progenitores,  cónyuge, maestros, autoridades laborales, civiles o religiosas, el que permanece fiel a unas determinadas normas de conducta, ése, pobrecito, es un SOMETIDO.

Y yo me pregunto ¿quién es realmente el sometido? Me resultó inesperada la muerte de un señor joven de unos cuarenta años que me comunicaron ayer. Pero, claro, tomaba demasiado y a su hígado no le sentó muy bien su “excesiva libertad” a la hora de beber. A veces en mi ministerio me encuentro con algunos jóvenes gravemente enfermos, que han contraído el tristemente famoso virus del SIDA. Pero, claro, en muchos casos la “excesiva libertad” sexual conduce a eso. A todas horas y en todas partes se palpa el dolor en niños, jóvenes, hombres y mujeres que padecen terriblemente por conflictos familiares graves, que casi siempre tienen como desenlace la ruptura irreversible del núcleo familiar. Pero, claro, ese “macho” o “hembra” no deseaban someterse a ningún tipo de lazo familiar verdaderamente estable.

Realmente, en mi modesta opinión, nadie puede gozar de una libertad absoluta (por otra parte innecesaria), que consistiría en hacer lo que a cada uno le diese la gana. Todos vivimos sometidos a demasiadas cosas, empezando por nuestras necesidades perentorias de comer y  dormir por ejemplo. La diferencia está en la elección que cada cual puede hacer entre someterse al bien o al mal. Interminable combate del hombre de todos los tiempos. Con la consecuencia de que el que libremente se somete al bien, será cada vez más libre. No olvidemos que el esclavo es el que no puede decidir lo que quiere hacer sino que “con cadenas y golpes”, si es preciso, lo someten a  una voluntad ajena opresora. Pero ¿podemos llamar esclavo al que libremente y por AMOR (ese es el ideal), se somete a su esposo(a), a sus padres, a las normas de conducta en las que ha sido educado, a su creencia religiosa? No, sino que además de ser libre, con toda seguridad yo les digo que es más feliz que muchos. Sin embargo los que quisieron emanciparse de toda norma o persona, acabaron esclavos de la bebida, de la droga, de la pasión ciega, de su propia irresponsabilidad, y aunque parezca paradójico esclavos de su propia “libertad” que no era tal. Porque desearían abandonar sus vicios, recuperar sus familias, sus trabajos, el tiempo perdido, pero ya no tienen la libertad para hacerlo o les resulta muy difícil.

Caigamos en el terreno de la fe. Deseo que este rincón periodístico en el  que por primera vez me aventuro, fuera una luz de Dios para todos los que lo lean. ¿No fue Jesús el que libremente y por amor “se sometió incluso a la muerte y una muerte de cruz” (Fil. 2)? ¿No es El, el hombre más libre que ha caminado por nuestro mundo, con una libertad divina?

Por eso concluyo protestando contra la acusación que con frecuencia se lanza contra la Iglesia de pretender someter a los demás con normas u orientaciones morales. Cuando yo habló en la misa dominical invito y ofrezco un camino, sin imponerlo, como tampoco hizo Jesús. Sin embargo cuántas veces, el joven sobre todo, es presionado, ofendido, ridiculizado si no se somete a los viciosos deseos de sus compañeros de estudio o de trabajo, siendo a veces literalmente arrastrado hacia ese tipo de comportamientos. No arrojan continuamente los medios de comunicación agresivas campañas publicitarias imponiendo modas y estilos de vida.  Entonces ¿quién es el opresor o quién el sometido?