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Después de leer el «Romanorum Pontificum»

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No le faltó razón a Benedicto XVI al terminar su carta explicativa del motu propio "Romanorum Pontificum" con una exhortación a abrir el corazón. Yo soy uno de los que van a tener que acogerse a ella.

Javier Algara Cossío (México)

No le faltó razón a Benedicto XVI al terminar su carta explicativa del motu propio "Romanorum Pontificum" con una exhortación a abrir el corazón. Yo soy uno de los que van a tener que acogerse a ella. Ya el anuncio mismo, hace unos meses, del recién publicado documento sobre la libre utilización del misal de Juan XXIII me había causado un escalofrío. Y si bien la carta del Papa es sumamente clara al exponer porqué tomó tal decisión, honestamente, no he logrado vencer mi sorpresa y mi miedo.

Aunque de adolescente viví la misa de Pío V, y la disfruté (no sabía entonces que había algo mejor que rezar el rosario mientras el sacerdote decía oraciones en una lengua extraña de espaldas al pueblo), pude empero experimentar la nueva faz de la Iglesia y crecer en mi vida cristiana en gran parte gracias a la misa posterior al Vaticano II. Eso me hizo pensar que era imposible que alguien desease volver al pasado o que la autoridad de la Iglesia llegara a permitirlo. Pero bueno, el Papa, quien obviamente tiene mayor información que yo respecto a esas cosas, afirma convincentemente que hay suficientes elementos para ello.

Dice Benedicto XVI, para hacer frente a una de las posibles preocupaciones de los obispos respecto a la autorización del anterior ritual de la misa, que no hay conflicto litúrgico entre ambas misas y que la misa preconciliar no debe servir de motivo de desunión en la Iglesia.

La Iglesia ha sido, es y será una. Sinceramente, yo no había pensado en el peligro de desunión. Pero sí me queda otro temor, que no nace de posibles dilemas litúrgicos, sino de la posibilidad de que este retorno a la misa de Juan XXIII pueda significar un obstáculo para lo que la reforma litúrgica pretendió en el Concilio Vaticano II. La dimensión comunitaria, eclesial, y pascual de la Eucaristía, para mencionar un ejemplo, con sus exigencias de pertenencia, de apertura a los demás y de creer en el señorío de Cristo, bien explicitadas por el uso de la lengua vernácula, ¿no quedará oscurecida cuando se vuelva a utilizar el latín, al que muy pocos tienen acceso fácil incluso entre el clero?

Quienes se acojan al permiso de celebrar la misa en latín según el rito anterior ¿no lo harán movidos más por razones sentimentales que eclesiales; porque esa oraciones, en una lengua extraña, les provocan agradables sensaciones individuales de misterio y sacralidad, una aparente vía para conectarse con el Dios absoluto e incognoscible, y desconectarse de la Iglesia, sacramento de Cristo, icono reconocible del Padre, y su misión? La gran mayoría de los fieles, al menos en nuestro país, tenemos una formación cristiana demasiado deficiente, a pesar incluso de poder celebrar la misa con el ritual de Pablo VI. ¿Ayudará o será un estorbo para nuestro crecimiento y maduración en la fe el que se nos permita participar en la misa sin entender su lenguaje?

Confío, claro, en la acción de la gracia y en la prudencia de nuestros obispos y sacerdotes; en que tomarán en cuenta estos y otros factores al momento de decidir si deben o no celebrar la misa de Juan XXIII. Y confío en que a mí el Espíritu Santo me dará la apertura de corazón que me hace falta.