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No hay muerte repentina

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La mamá de una monjita de clausura suele repetir estas palabras: “No hay muerte repentina. Lo que hay que hacer es estar siempre preparado”.

José Ignacio Alemany Grau, Obispo (Perú)

La mamá de una monjita de clausura suele repetir estas palabras:

“No hay muerte repentina. Lo que hay que hacer es estar siempre preparado”.

Ella misma solía decir a sus hijas que pedía, en sus oraciones al Señor, una muerte rápida (fíjate que no ha dicho repentina) para que sus tres hijas que no tienen recursos “no se preocupen de mí ni de mi salud”.

Añadía: “No quiero ningún cajón caro para mi entierro. Quiero todo lo más sencillo y pobre”.

Creo que ésta es la mejor manera de mirar al más allá, para no enredarse en los negocios de un mundo al que le interesa, no las personas, sino el dinero.

Un corazón limpio, un alma noble que pasó por el mundo sembrando el bien. Esto es todo para estar preparado y salir al encuentro del Esposo, según la parábola de Jesús.

Caminábamos a través del campo (que todavía no es huerta) del monasterio. Pregunté:

– ¿Quién es aquella señora que está al fondo del terreno?

– Mi mamá. Le he dicho que las monjitas estamos de retiro y que ella riegue ese trocito de huerta. Mi mamá es sencilla. No sabe casi el castellano; sólo quechua. Está feliz. Se pasa el día regando y pensando en Dios.

Después de lo que te conté, la verdad, todo mi respeto para esa buena señora, cuyo nombre no conozco, pero sé que es una amada del Señor.

Y si hablamos de la hija…

En pleno desierto ha surgido un gran monasterio. El que no crea en la Providencia que piense.

¿Ese terreno tan grande? Obsequiado.

¿El cerco enorme de 4 metros de altura? Sin un centavo surgió en pocos meses y ahí está abrazando el corazón contemplativo de las religiosas carmelitas.

¿Y la casa que han construido? La han hecho en dos tiempos. Primero el noviciado aireado, limpio y luminoso, pero todo muy sencillo.

¿Y cómo acabaron la casa de las religiosas después? Se trata de una casa más grande con habitaciones individuales. Ya la terminaron. Viven 20 religiosas en aquella colmena.

Pero nosotros vamos a nuestras preguntas.

Y ¿de dónde sacaron tanta plata?

No lo sabe la pequeña monjita de ojos vivos, cara rosada y corazón recogido:

– Nunca lo he sabido. Cuando hacía falta, llegaba el dinero de la manera más insospechada.

– Pero, madre, aquí hay muchos miles de dólares invertidos.

– El Señor sabe. A veces venían cheques y otras veces nos regalaban materiales. Por ejemplo, íbamos a techar y tres días antes no había cemento. No supimos , pero la víspera apareció un camión con mil bolsas de cemento.

– ¿Y la cerámica de los pisos?

– La de la primera casa nos la regalaron y la de la segunda nos la vendieron a mitad de precio. Hay gente muy buena en el mundo. Nosotras le prometemos nuestra oración y rezamos de verdad por las personas que nos ayudan. El Señor hace el resto.

.Me imagino que el ingeniero que dirige la construcción era buen cristiano y rezaba. Pero sí sé que el buen señor ha aprendido a rezar de una manera distinta y a confiar en Dios como no lo había hecho nunca.

Todavía no tienen cocina, pero pronto la tendrán.

Les falta la capilla para ellas y para el público… pero la harán, no lo dudes.

Les faltan muchas cosas. Con frecuencia la comida es demasiado pobre, sus hábitos están muy remendados pero viven, rezan y cantan con tanta alegría que son las engreídas de Dios.

Por eso, en muy pocos años, en lo que era desierto hacia Pimentel, Dios “se construyó” un gran monasterio para sus monjas contemplativas:

– “Somos sus pequeñas y Dios nos engríe”.

Si crees que te conté un cuento, visítalas y verás.

Estamos en noviembre y creo que podemos concluir repitiendo nuestro título: No hay muerte repentina y estas monjitas viven bien preparadas para salir, en cualquier momento, con sus lámparas el encuentro del Señor.