Un proverbio ruso asegura que una cuerda cuyos nudos nunca se deshacen es la familia, porque posee en sí misma un precioso don: la persistencia.
Un proverbio ruso asegura que una cuerda cuyos nudos nunca se deshacen es la familia, porque posee en sí misma un precioso don: la persistencia.
Existen, aunque no es fácil reconocerlos, hijos emancipados. Conozco a alguien que asegura saber de algún amigo remoto con hijos independizados, en lo económico que no en lo afectivo. Por lo que es necesario creer que tal posibilidad subsiste, aunque sea tan rara con una lotería premiada.
Lo que nunca se ha producido es el caso de progenitores dispensados de su labor de padres, y aún menos de madres. No importa la edad, ni la situación. Por grave que sea el estado del anciano ascendiente y por desenvuelta que sea el del feliz descendiente, una madre o un padre jamás pierden el instinto de cuidado y protección de su prole.
Tener hijos es una obligación constante y continua. Posiblemente ni la muerte libere de tan inmortal responsabilidad. Es una condena perpetua, gustosa y dichosa en la que se basa la grandeza de la familia. Y la fuente de su felicidad, desde la preocupación sempiterna y desde el desvelo eterno.