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Yo no quiero la paz

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Cuando uno ve a todos esos grandes señores que se reúnen para reflexionar y programar la paz y el bien de la humanidad, les oye decir cosas tan bellas, que casi convence a todos los súbditos de la tierra.

Cuando uno ve a todos esos grandes señores que se reúnen para reflexionar y programar la paz y el bien de la humanidad, les oye decir cosas tan bellas, que casi convence a todos los súbditos de la tierra.

Pero si uno pudiera mirar el corazón oiría los planes que tienen todos: los de países más pobres para reunir viejos cañones y los más ricos para emplear los medios más sofisticados de la tecnología moderna para destruir a los vecinos… y  por otro lado ven cómo inflar los presupuestos anuales para armamento.

Yo creo que sobre la frente de cada uno de ellos se podría escribir tranquilamente: “yo no quiero la paz”.

Lamentablemente ésta ha sido la historia de la humanidad desde que el primer Caín mató al primer Abel.

La Iglesia, como el pequeño David siempre inquieto, busca vencer al Goliat de hoy. Pero sin más armas que el amor que desarma.

Lógicamente parece una utopía. Sí. Es la utopía de aquel Señor (muy extraño por cierto) que quiso dejarse matar para vencer.

Desde entonces el saludo de Jesús resucitado es la gran esperanza para la humanidad: “La paz esté con ustedes”.

Con la virtud teologal de la esperanza nosotros seguiremos gritando: ¡Paz, queremos paz!

Resuenan en nuestros oídos las palabras de Juan Pablo II, el Grande:

“La paz del corazón es el corazón de la paz”.

A este propósito, Benedicto XVI nos escribió el 02 de septiembre de 2006:

“La paz se construye en primer lugar en el corazón. Aquí, en efecto, se desarrollan los sentimientos que pueden aumentarla o disminuirla, debilitarla o sofocarla. El corazón del hombre, además, es el lugar donde interviene Dios”, el Dios que pacifica.

El que no lleva la paz en el corazón no podrá transmitirla.

Hay que empezar por uno mismo. Hay que serenarse para construir el equilibrio y la paz y luego… cuando ya uno la lleva dentro, puede transmitirla a la familia, a los compañeros de trabajo y a todos.

Reflexionemos sobre los lemas que Benedicto XVI nos propuesto en estos tres años de su pontificado.

En el 2006: “En la verdad la paz”.

El año 2007: “La persona humana corazón de la paz”.

Para este 2008: “Familia humana comunidad de paz”.

La lógica es clara y profunda. Lo primero es la verdad para que exista la paz, tanto en uno mismo como en las relaciones interpersonales. En la mentira que viven tantos jamás habrá paz.

Luego, es preciso tener en cuenta que la persona humana merece todo el respeto y es uno mismo quien debe definirse por la paz para poder construirla.

Entonces se aprenderá a respetar al prójimo hecho a imagen y semejanza de Dios, como uno mismo. Lo dice también el Papa:

“Sólo respetando la persona humana es posible promover la paz y sólo construyendo la paz se ponen las bases de un humanismo integral.  Aquí se encuentra la respuesta a las preocupaciones de tantos contemporáneos nuestros sobre el futuro.

Sí, el porvenir será sereno si trabajamos juntos por el hombre” (08.01.07).

Y finalmente, ¿dónde se aprende todo esto?:

En la familia.

El bello mensaje del Papa para el 1 de enero de 2008 nos recuerda que “la familia es la primera e insustituible educadora de la paz… porque permite tener experiencias determinantes de paz.

El lenguaje familiar es un lenguaje de paz. Es necesario recurrir siempre a él para no perder el uso del vocabulario de la paz.

En la inflación de lenguajes, la sociedad no puede perder la referencia a esa gramática que todo niño aprende de los gestos y miradas de mamá y papá, antes incluso que de sus palabras”.

Te invito  gritar conmigo el primer día del año que es el día mundial de la paz:

“¡Yo, sí quiero la paz!, porque “para el creyente la paz es uno de los nombres más bellos de Dios”… que la Madre del Príncipe de la paz que recordamos en este día nos ayude a construir la paz.

José Ignacio Alemany Grau, Obispo (Perú)