¿Qué tipo de justicia puede existir cuando se pide la aprobación de leyes que vayan contra uno de los derechos humanos fundamentales: el derecho a la vida? Tal derecho vale no porque otros lo aprueben, sino por el simple hecho de empezar a existir como seres humanos. Es decir, desde el momento de la fecundación.
Fernando Pascual (España)
El miércoles 16 de abril de 2008, la Asamblea parlamentaria del Consejo de Europa aprobó una resolución sobre el aborto. En ella se pide a los países miembros que legalicen el aborto, si todavía no lo han hecho, y que permitan a las mujeres el ejercicio del “derecho” a poder acceder a abortos seguros y legales.
En realidad, estamos ante un enorme engańo. ¿No consiste el aborto en eliminar una vida humana inocente? ¿Hay mayor dańo que el ingerir una sustancia química destinada a provocar la muerte del hijo en las entrańas de su madre? ¿No es un riesgo enorme para cualquier embrión o feto la acción criminal de unos instrumentos “sanitarios”, aunque estén higiénicamente esterilizados?
En otras palabras, el aborto es contrario a la seguridad y a la protección que merece cualquier vida humana, un gesto destinado a dańar y a destruir al no nacido.
Además, ¿qué tipo de justicia puede existir cuando se pide la aprobación de leyes que vayan contra uno de los derechos humanos fundamentales: el derecho a la vida? Tal derecho vale no porque otros lo aprueben, sino por el simple hecho de empezar a existir como seres humanos. Es decir, desde el momento de la fecundación.
El Consejo de Europa acaba de escribir una triste página de su historia. Lo ha hecho con la excusa de “proteger a las mujeres” frente a los abortos “peligrosos”. Lo ha hecho con la idea engańosa de que la mujer tiene derecho a la “integridad física” y a un libre control sobre su cuerpo, cuando en realidad se permite la destrucción de la integridad física, de la vida y del ejercicio futuro de la libertad de los embriones y fetos.
Despenalizar o legalizar el aborto es siempre un grave error jurídico y humanitario, porque declara como aceptable un acto injusto: la supresión de una vida inocente. Lo cual ha provocado ya la muerte de millones de seres humanos antes de nacer, muchos de los cuales (en algunos lugares más del 50 %) eran mujeres…
A los hombres y mujeres de a pie nos queda, frente al poder de organismos supranacionales que sirven a la cultura de la muerte, la tarea de dar una respuesta decidida y firme a favor de la justicia y de los derechos humanos.
De este modo será posible algún día que ningún hijo sea eliminado en el seno materno, y que todas las mujeres sean apoyadas y asistidas durante los maravillosos meses del embarazo que son la primera etapa de la existencia de cualquier vida humana.