La Sagrada Escritura también hace referencia al corazón, dándole la misma importancia que tiene a nivel físico; es decir, que de manera espiritual y religiosa el corazón es esencial.
En otras ocasiones nos hemos apoyado en diferentes partes del cuerpo para nuestras reflexiones. Ahora, el corazón será nuestro punto de referencia, y aunque de él podemos hablar de manera científica, médica y poética, daré algunos rasgos físicos solamente. Este órgano está compuesto esencialmente por tejido muscular (miocardio) y, en menor proporción, por tejido conectivo y fibroso (tejido de sostén, válvulas), y subdividido en cuatro cavidades, dos derechas y dos izquierdas, separadas por un tabique medial; las dos cavidades superiores son llamadas aurículas; las dos cavidades inferiores se denominan ventrículos. El corazón está situado en la parte central del tórax (mediastino), entre los dos pulmones, apoyándose sobre el músculo diafragma y precisamente sobre la parte central fibrosa de este músculo. Es el órgano principal del aparato circulatorio, propulsor de la sangre en el interior del organismo a través de un sistema cerrado de canales: los vasos sanguíneos. Hay mucho más qué decir del corazón, pues es inagotable el tema; sin embargo, vamos al otro latido del tema.
La Sagrada Escritura también hace referencia al corazón, dándole la misma importancia que tiene a nivel físico; es decir, que de manera espiritual y religiosa el corazón es esencial. Por una parte, San Lucas escribe: “Así, el hombre bueno saca cosas buenas del tesoro que tiene en su corazón, mientras que el malo, de su fondo malo saca cosas malas. La boca habla de lo que está lleno el corazón” (Lc 6,45) ¿Qué sale de nuestra boca –de nuestro pensamiento y actitudes- un día común y corriente, más allá del domingo? ¿De qué está lleno nuestro corazón? Puede ser que no faltemos a la Eucaristía semanalmente, pero si no hemos dejado que el Evangelio de Cristo fermente toda nuestra vida, nuestro corazón estará lleno de rencores, miedos, tristezas; y de esto hablará nuestra boca. Muchas veces se escuchan charlas de café, cargadas de melancolía, resentimientos, intrigas y una buena dosis de amargura. Por cierto, a propósito del café, si usted le pone azúcar y no revuelve, quedará en el fondo y tomará un café amargo. De igual forma, la Palabra está anidada en nuestro corazón –no tengo duda-, pero si no dejamos que se mezcle en toda nuestra vida, la consecuencia será una amargura sin igual. Pruebe ambas cosas y verá sus consecuencias, para beneplácito o desgracia propia.
Por otra parte, San Mateo nos recuerda: “Pues donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Mt 6,21) ¿En dónde o en quién está nuestro tesoro? ¿Es Dios nuestro tesoro o nuestra vida de fe se limita a ritos religiosos –por sí solos- y actos sociales obligatorios? Pues no es suficiente decir Señor, Señor, sino hacer la Voluntad del Padre (Cf ) También Mateo escribe “No junten tesoros y reservas aquí en la tierra, donde la polilla y el óxido hacen estragos” (Mt 6,19) Y los tesoros pueden ser prestigio, poder, status y apariencia. Cosas importantes para los hombres y muchas veces reflejo de los vacíos personales y espirituales. “Pero Yavé dijo a Samuel: <olvídate de su apariencia y de su gran altura, lo he descartado. Porque Dios no ve las cosas como los hombres: el hombre se fija en las apariencias pero Dios ve el corazón>” (1 Sam 16, 7) Ante Dios cuenta únicamente el corazón, no la “altura” que puedan dar los títulos –dentro y fuera de la Iglesia-.
Por último, ¿qué corazón más humano y divino podemos encontrar que el Corazón Sagrado de Jesús? No hay mayor ejemplo de un corazón lleno de misericordia, amor, perdón, entrega y desprendimiento. El Catecismo de la Iglesia Católica en el número 478 dice "Jesús, durante su vida, su agonía y su pasión nos ha conocido y amado a todos y a cada uno de nosotros y se ha entregado por cada uno de nosotros: "El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Ga 2, 20). Nos ha amado a todos con un corazón humano. Por esta razón, el sagrado Corazón de Jesús, traspasado por nuestros pecados y para nuestra salvación (cf. Jn 19, 34), "es considerado como el principal indicador y símbolo…del amor con que el divino Redentor ama continuamente al eterno Padre y a todos los hombres" (Pio XII, Enc."Haurietis aquas": DS 3924; cf. DS 3812)” []
Ojala, queridos hermanos, que nuestro corazón abunde en alegría, deseos de servir y agradar a Dios y en un compromiso fiel y constante por las causas del Evangelio. Ojala que nuestro tesoro sea Él mismo, para que ahí permanezca nuestro corazón, y que lo que atesoremos en la tierra sean obras de caridad en la familia, la sociedad y la Iglesia. Y ojala que dejemos al Sagrado Corazón de Jesús, inunde nuestra vida con las llamas de su misericordia y paz. Que así sea en Su nombre. Dios les cuide.