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Mensaje duro del dulce Francisco

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El corazón de Francisco sigue latiendo junto al Crucificado que transformó su vida y le ha permitido caminar con los hombres, para ver si a éstos les brota como una primavera la paz.


Junto a la tumba de FRANCESCO hay tanto silencio que palpita la paz.
Es un eco de Dios que suena a ojos limpios, pies descalzos  y un sayal áspero de descuidos. El corazón de Francisco sigue latiendo junto al Crucificado que transformó su vida y le ha permitido caminar con los hombres, para ver si a éstos les brota como una primavera la paz. Como te dije el domingo pasado me parecía que  Francisco quería utilizarme como altavoz para decir algo así a esta sociedad del 2008. Lo escribí junto a su tumba:

Yo, Francesco, les digo que encontré la alegría y la paz en el Señor Crucificado.

Mi corazón se identificó tanto con el de Jesús, que hasta el cuerpo se me partió en cinco llagas como las suyas.

Desde entonces los amo a todos como hermanos. Todos me son tan queridos como nacidos del mismo Padre. Uds. y hasta sus cosas más simples (la luz, el fuego, el agua, la luna, las estrellas…el asno y los pajaritos y el lobo…) se han hermanado en mi corazón. Los amo en el amor puro del Creador.

Pero se me hace muy difícil a mí, el Pobrecillo de Asís,  comprender porqué no aman la vida.

Yo sé que los hombres se pelean hasta matarse…yo mismo probé esta embriaguez en mi loca juventud. Un año estuve prisionero como fruto del odio que hirvió en las venas fuertes de mis años mozos.

Era en los campos de batalla  y se luchaba  hasta que un pueblo humillaba al otro y hacían la paz.

Pero un día me deslumbró el amor. A su luz llegué a amansar  al lobo de Gubio. Le hice entender al tosco animal que Dios es ternura para todos. En fin de cuentas, el lobo mató solamente algunas ovejas, buscando saciar su hambre y mordió a algunos campesinos.

Desde el seno de Dios he visto la primera y segunda guerra europea. Fueron millones de muertos por el odio racista  y el ansia de dinero. Los campos chorreaban sangre y los corazones morían de dolor.

A veces incluso, entraban en las casas y mataban mujeres y niños pequeños. Fue horroroso.

Ahora la guerra sigue en los campos de batalla. Los hombres hablan de democracia, pero imponen sus ideologías y el dios dinero es el único que adora esta sociedad.

Pero ya no puedo entender esto, desde que conocí la paz que Dios nos invita a compartir en su seno trinitario.

Me he enterado de que en un país, próximo al mío, todavía no han legalizado la eutanasia, pero ya es obligatorio que médicos y enfermeras se especialicen para hacerla cuando se legalice.

Recuerden que Dios nos protegió a todos con un precepto: "NO MATARÁS".

Pero hoy hay una guerra más mortífera todavía porque la han  trasladado al seno materno.

Si el lobo de Gubio hubiera mordido senos maternos para devorar los fetos, todo el pueblo se hubiera levantado en armas.

Hoy nadie se revela. Más; son las propias madres quienes matan a sus hijos indefensos en su propio seno.

Yo me pregunto: ¿Que mal les han hecho esos hijos que viven dentro de ellas, como no sea la docilidad de dejarse engendrar?

Incluso he visto salir a las calles a muchas mujeres para exigir que se les permita  matar impunemente a los hijos que viven en ellas desde que los concibieron.

Sé que un país penalizó el destruir huevos de tortuga; y me parece bien. Pero no entiendo que al mismo tiempo haya despenalizado el aborto

Uds. han matado más seres humanos en los últimos años que las terribles guerras del siglo XX.

¡Y se sienten libres!  Libres porque se han liberado del amor materno, de la fraternidad y de esa naturaleza pura y sencilla que brotó de las manos de Dios.

Y todavía exigen justicia y libertad para seguir matando.

Ojalá puedan entender que nos los comprendo.

Pero yo sigo siendo el Francisco de la paz.

Por eso quiero decirles  que, por encima de todo, Dios es amor y que el amor y la misericordia  son más grandes que todos los pecados de la humanidad porque la sangre del Dios ajusticiado  por los hombres, cubre el mundo y lo protege y aún ama a los asesinos, esperando su conversión.

Yo sembré paz. Quiero seguir sembrándola. Ayúdenme a sembrar la paz entre las madres e hijos en esos senos maternos que Dios colocó a diez centímetros del corazón de la madre.

Dejen correr la vida por su cauce, desde la concepción hasta la muerte natural. Entonces podrán fiarse unos de otros y descubrirán la paz.

Yo, Francesco, sólo sé amar y les invito a que se amen todos a todos.

Amen la vida.  Amen el amor.
Sólo así serán felices.
¡Paz y bien para todos!

José Ignacio Alemany Grau, Obispo (Perú)