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Sacerdote por gracia de dios

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Entrevista con el Obispo de Tarahumara Mons. Rafael Sandoval. "No es fácil responder a pregunta tan sencilla. Es como si se me pidiera explicar la vida en su misterio de grandeza y pequeñez. ¡Todo es gracia!"

¿Por qué se hizo usted sacerdote?

No es fácil responder a pregunta tan sencilla. Es como si se me pidiera explicar la vida en su misterio de grandeza y pequeñez. ¡Todo es gracia! La iniciativa no fue mía, sino de Aquél que, por su puro y gratuito amor, me hizo sentir muy dentro su irresistible atracción hacia la vida sacerdotal y misionera. Él me hizo la llamada y me dio la capacidad de responderle. Dios mismo se respondió a Sí mismo en mi vida.

Pero, entonces, ¿qué está en la base de su vocación?

En la base de mi llamada está aquél “Sígueme”. Lo único que me explica es Jesús que me hizo sentir su voz y me invitó a dejar padre y madre, patria y parentela, y me cautivó con su mirada y con su palabra. Por eso, la psicología, la filosofía y las otras ciencias no pueden explicar lo inefable de la vocación sacerdotal. Es la fe y el amor lo que explican la vocación sacerdotal. Por la audacia de la fe, un día, nos lo jugamos todo a una carta y aventuramos la existencia entera. Esta es la hermosa realidad de la vocación sacerdotal.

¿Puede usted decirnos cuándo sintió esa voz por primera vez?

Fue cuando aún era niño. Yo sé que ahora se aprecian poco las llamadas “vocaciones infantiles”, pero la verdad es que a la edad de 6 años sentí el primer impulso, cuando un sacerdote me miró y le dijo a mi padre en la iglesia de mi pueblo: “Este niño será sacerdote”. Yo sabía, más por intuición que por reflexión, que aquella mirada y aquellas palabras eran las palabras y la mirada del mismo Jesús que pasaba por mi vida y afirmaba en el tiempo lo que Dios ya había planeado amorosamente desde la eternidad.

¿Entonces usted entró muy joven al seminario?

Sí, a los 12 años. Ha sido una historia hermosa. Ahora, a mis 33 años de sacerdocio, puedo decir que nunca me he arrepentido de haberle dicho “sí” a Dios. Soy feliz; tanto que hago mías las palabras del profeta: “Me sedujiste, Señor, y yo me dejé seducir por Ti” (Jer 20, 7-9). Ésta ha sido la última motivación de mi vida sacerdotal: un misterio mezclado de fe y amor divino y humano.

Cuéntenos algo de su vida en el seminario

Fueron muchas experiencias, anécdotas y sucesos que aquí no es posible contar. Ahí se me enseñó a poner como primacía el Reino y a seguir a Jesús pastor. No hay duda que el seminario es un espacio de experiencia de Dios para llenarse de Él y después, en la vida ministerial, explotar como un volcán para anunciar lo que se ha vivido.

Sólo me queda agradecer a mis directores espirituales, a los formadores, a los hermanos de camino, a las personas que me ayudaron a tomar mi opción fundamental. Sería interminable nombrar a tales personas. ¡Dios sea su recompensa!

¿Algo sobre sus primeros años de sacerdote?

En el seminario se me enseñó la obediencia. No fue difícil escuchar la voz de Dios en mi Superior, cuando me dijo: “En 2 horas saldremos hacia la frontera”. Aquél aire tormentoso, la aridez del desierto, el nuevo Obispo y el Presbiterio desconocido, la cultura tan diferente y el clima tan extremoso, nunca me desanimaron. Yo sentía muy dentro una paz inmensa; era la paz de la obediencia; era la belleza de poder decir: “No vine aquí porque quise, sino porque me enviaron”. Era como participar algo de la alegría del Señor, cuando dijo: “He bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del Padre que me ha mandado” (Jn. 6, 38). Esta declaración de Jesús sobre sí mismo, puede ser tomada como lo que le da forma a su existencia. De hecho, Cristo hizo de su vida un “no hacer mi voluntad”, al servicio de “hacer la voluntad de mi Padre”. Estoy convencido que aquí radica la eficacia de la misión.

A los dos meses de haber sido ordenado, se me encomendó el ser párroco. Fueron cinco años de felicidad, de crisis, de aprendizaje. ¡Cuántas experiencias y cuántos recuerdos! Todo esto está en el corazón de Dios y sólo Él conoce mi historia: una historia de amor, de progresos y de retardos, de impaciencias mías y de infinita tolerancia divina. ¡Cómo amé aquella gente! Nunca me sentí solo, pues el ministerio llenaba mi corazón. Puedo decir que el sacerdote que ama a su Pueblo, nunca se siente solo ni puede haber frustración en su vida. ¡Oh, mi primera Parroquia! Fue como mi primer amor.

Al principio todo era ilusión. Me fundí con mi gente y le di lo mejor que tenía. El Pueblo de Dios, cuando mira que alguien se entrega, responde siempre. Aquella gente respondió. Sin embargo, para ser sincero, vino una etapa de desilusión, que me ayudó a purificar la imagen ideal que yo tenía de la gente. No siempre fui comprendido y no siempre comprendí. Ante las primeras críticas, me desinflé. Fui notando que mi carácter alegre se cambiaba en triste, que mi entrega se volvía egoísmo, que… Fueron tiempos difíciles. Fue tan fuerte la crisis, que no me quedó otra cosa que aferrarme a la oración. ¡Cuántas noches de oración en la soledad del silencio! La oración, María y el amor a la Iglesia me salvaron. Decidí amar a la gente tal como era y no como yo quería que fuera. Todo esto transformó mi vida.

Sucedieron tantas cosas. Voy a contar un suceso, previo a mi cambio de lugar, que para mí tuvo grande importancia: Volviendo de una de las comunidades de mi Parroquia, mientras manejaba aquel WV, que tenía una bocina con la que avisaba a la gente de las comunidades cuando iba a celebrar, iba en una profunda comunicación con Jesús. Yo sabía que él estaba ahí y que lo que le pidiera en aquel momento me lo concedería de inmediato. Le rogué que ya me cambiaran a otro lugar. La respuesta fue positiva. Cuando llegué a la Iglesia parroquial y mientras me  apresuraba a cerrar la puerta, vi salir a una viejecita que tenía fama de santidad y que pasaba horas enteras ante el Sagrario. Cuando esta santa mujer me vio cerca de la puerta, me dijo con seguridad y con una sonrisa: “No crea que se va a ir ahora; todavía va a estar aquí durante un año más”. No había duda de que Dios le había comunicado aquello. Así fue: duré un año exacto más.

Ha sido una historia interesante. Díganos algo más.

Todas las historias son interesantes. La mía tal vez no lo es tanto. La maravilla central consiste, en resumen, en cómo Dios hace historia de salvación a través de instrumentos tan insignificantes y tan pecadores como lo he sido yo. ¡Cuántas lágrimas pastorales al buscar a las ovejas perdidas y no siempre encontradas! ¡Cuántas tribulaciones y gozos! ¡Cuántos anhelos para que el Amor fuese amado y cuántos sufrimientos venidos por innumerables causas! ¡Cuántos…!. Qué verdadero es que “quien sufre mucho, goza mucho porque ama mucho”. Puedo decir, con toda el alma, que no existe ninguna amargura en mi corazón y, por lo tanto, no hay ninguna queja o crítica amarga. Ciertamente hubo algunas pruebas, pero llenas de profundos consuelos divinos. Abundaron mucho más las consolaciones que las tribulaciones.

¿Más adelante nos puede seguir contando algo más de su vocación?

Claro que sí. Aunque la verdad es que preferiría callar. El único motivo es para que aparezca el verdadero Protagonista: Dios. Si es así, estoy a sus órdenes. Ojalá que pueda servir para que cada sacerdote pueda hacer su historia y para que goce de cómo el Señor Jesús ha actuado en su vida. Entonces nos vemos hasta la próxima.

Rafael Sandoval, obispo (México)