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¡Fijen su mirada en Jesús!

Image El cristiano de nuestro tiempo, además de ver con ojo crítico los sucesos cotidianos, tiene que aprender a contemplar e Jesucristo y, en ese camino, María es quien de manera especial puede ayudarle.

Ahora, es el ojo humano el punto de partida para nuestra reflexión. Este fabuloso órgano del cuerpo –del latín oculus o globo ocular-, regularmente es considerado el órgano de la visión, cuando en realidad el proceso de la visión lo efectúa el cerebro. El ojo traduce las ondas electromagnéticas de la luz en impulsos nerviosos que se transmiten al cerebro a través del nervio óptico. A diferencia de un adulto, un niño puede ver claramente a 6,3 cm. – proceso que implica la contracción del músculo ciliar-; y el adulto de unos 50 años, ve con claridad a 40 cm. En la edad adulta, la mayoría de las personas pierden la capacidad de ver a distancias cortas. A esto se le llama presbiopía. Se estima que los ojos pueden enfocar al menos, cien mil puntos distintos del campo visual. Los músculos de ambos ojos, funcionan simultáneamente, lo que realiza la importante tarea de converger su enfoque en un punto y, así, las imágenes de ambos coincidan. Los niños recién nacidos, tienen ojos color grisáceo, dado que la pigmentación se forma durante los primeros meses de vida. A los dos o tres meses, se establece el color definitivo. Finalmente, entre otros defectos y patologías, se encuentran la miopía, hipermetropía, presbicia, daltonismo, conjuntivitis, catarata, glaucoma, Oftalmía y  traumatismos.

Ante la maravilla de nuestro cuerpo, y particularmente de este órgano, cabe preguntar: ¿en qué ocupamos la mirada? El Profeta Isaías, que habla de nuestro Señor Jesucristo al decir: “Muchos se horrorizaron al verlo, porque estaba desfigurado su semblante, que no tenía ya aspecto de hombre…Sin brillo ni belleza para que nos fijáramos en él, y su apariencia no podía cautivarnos” (Is 52,14; 53,2) Al parecer, el Hijo de Dios sigue padeciendo en los hijos de Dios. Muchos excluidos en las calles o recluidos en las cárceles; muchos sin “prestigio social” o carentes de lo elemental; muchos con el rostro desfigurado por la injusticia social, por no tener las suficientes influencias para ser atendidos medicamente a tiempo y con respeto por su dignidad humana; y muchos más que no tienen una bella apariencia para cautivarnos, provocan “horror” –en el sentido burgues de la palabra- a muchos bautizados. Quizá, al pasar entre ellos, presentes en nuestra ciudad y en nuestra casa, echemos la mirada hacia otro lado, y olvidemos las palabras de Jesucristo: “En verdad les digo que, cuando lo hicieron con alguno de los más pequeños de estos mis hermanos, me lo hicieron a mí” (Cf Mt 25, 34-46).

Por otra parte, está escrito en San Mateo: “Tu ojo es la lámpara de tu corazón. Si tus ojos están sanos, todo tu cuerpo tendrá luz. Pero si tus ojos están malos, todo tu cuerpo estará en la oscuridad” (Mt 6, 22-23), y también: “Si tu ojo te está haciendo caer, arráncalo y tíralo lejos” (Mt 18,9) No podemos tomar literalmente está exhortación. Sin embargo, si podemos decir, que hay que arrancar de nosotros los que nos impida vivir en paz, al servicio de los demás y en armonía con la Iglesia. El exceso de televisión –y no sólo la pornografía- aleja al hombre de su plena incorporación social y realización humana. Lamentablemente el homo sapiens se ha transformado en homo videns. “Un sano ayuno de las imágenes es indispensable para cultivar la vida del espíritu y evitar la disipación” (Raniero Cantalamessa, El misterio de la Transfiguración, pág. 91) Puede ayudar en este tiempo, la recomendación del Apóstol San Pablo de “fijar los ojos en Jesús que organiza esta carrera de la fe y la premia al final” (Cf Heb 12, 2; 3,1)

El cristiano de nuestro tiempo, además de ver con ojo crítico los sucesos cotidianos, tiene que aprender a contemplar e Jesucristo y, en ese camino, María es quien de manera especial puede ayudarle, pues “Nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo. Los ojos de su corazón se concentran de algún modo en Él, ya en la Anunciación” (Juan Pablo II, Rosarium Virginis Mariae, 2002). El santo rosario sería como una herramienta oftalmológica de la fe, pues la meditación serena de cada misterio, nos ayuda a ver más de cerca la persona humana y divina de Jesús. Además el P. Raniero –en el libro ya citado- dice: “La contemplación tiene un poder terapéutico, sana: un poder que necesitamos abundantemente hoy, que la imagen el espectáculo, se ha convertido en el vehículo principal de la ideología mundana. No se nos pide no mirar, sino elegir lo que miramos. El que ha creado el ojo para mirar, ha creado también el párpado para cerrarlo” (41-42)

Finalmente, en nuestra “ventana del alma” –los ojos-, dejemos que Dios asome su rostro y vea las profundidades de nuestro corazón; y a su vez, echemos un “vistazo” fuera, a todo lo creado, y –con un espíritu franciscano- alabemos a Dios por la hermana tierra. Ojala que nuestro ser cristiano, tenga por anhelo principal, contemplar a Dios, recordando las premisas de la Escritura: “Felices los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8), y “Procuren estar en paz todos y progresen en la santidad, pues sin ella nadie verá al Señor” (Heb 12,14) Que así sea. Dios les cuide.

Ángel Alvarado (México)