Lo que inicialmente fue una calamidad y una terrible pesadilla, con la gracia de Dios Pablo pudo verlo como un regalo y una oportunidad incomparable. Se convenció de que Dios le había llamado a ese lugar, la prisión…
Por regla general, en situaciones normales y serenas es más fácil hacer el bien que en momento de pruebas y adversidades. Pero la bondad por simple reacción, por ambiente, por “facilidad” no es verdadera virtud. Más aún, una muestra de un corazón bueno, es su permanencia en tal actitud aun en medio de las circunstancias más desfavorables.
Un ejemplo de esto lo tenemos en Pablo Pérez Pantaleón, Evangelizador de Tiempo Completo (un ETC es un católico seglar, casado o soltero, que dedica todo su tiempo a trabajar en tareas de evangelización al servicio de su parroquia. Para mayor información sobre el programa ETC puede visitarse este sitio: http://www.evangelizadores.org/), quien pasó una experiencia singular en la que pudo servir a su prójimo como buen samaritano.
La historia comienza el 28 de agosto de 2002. Le pidieron llevar a una señora de su comunidad al hospital de Arcelia, Estado de Guerrero (México). De camino al hospital, salió corriendo de una casa un niño que venía perseguido por una señora con una vara. El niño chocó con la camioneta y se lastimó el pie derecho. La señora no era familiar del chiquillo y dijo que no había nadie que se hiciera cargo de él. Pablo lo subió y se lo llevó a una clínica para que lo atendieran cuanto antes.
Una hora más tarde llegaron los abuelos del niño, de quienes dependía, pues su madre se encontraba en los Estados Unidos. Por más que Pablo explicó cómo se dio el accidente, los abuelos se molestaron con él. El doctor les informó que había que llevar al niño a México con un especialista. Pablo se ofrece para acompañar a los abuelos y al niño a México. También se da la necesidad de donar sangre y Pablo lo hace.
Como el niño corría el riesgo de morir durante el viaje, el médico vio que la única solución factible era amputarle el pie. La abuela aceptó y firmó un documento para que lo operaran. El abuelo, sin embargo, salió y media hora más tarde llegó con la policía judicial… que se llevó preso a Pablo. Tras tres días en prisión, le informaron de la cantidad que debía liquidar para poder salir. La suma era muy alta para los recursos con que contaba: Pablo tendría que quedarse en la cárcel.
Ante todo esto, Pablo no dejaba de preguntarse por qué le enviaba Dios esa prueba tan dura si él buscaba agradarle siempre. Se le vino a la mente el pasaje del Evangelio de San Lucas en el que Jesús presenta el ejemplo del Buen Samaritano. En ese momento Pablo lo aceptó todo.
Un par de días más tarde lo trasladaron al CERESO (Centro de Readaptación Social) de Arcelia. Lo que inicialmente fue una calamidad y una terrible pesadilla, con la gracia de Dios Pablo pudo verlo como un regalo y una oportunidad incomparable. Se convenció de que Dios le había llamado a ese lugar, la prisión, y de esa manera, como un preso entre los presos, para predicar allí su palabra y hacer visible a Cristo con su testimonio.
Pablo comenzó a dar pláticas a sus compañeros dos veces por semana, a dirigir celebraciones de la Palabra, impartió varios cursos sobre la fe, cada tarde tenía un grupo que se reunía para orar… y sobre todo, estaba siempre dispuesto a ayudar a sus compañeros y a escucharlos con un gran respeto y atención.
El tiempo pasado en la cárcel no fue fácil para Pablo, pero contó con el aprecio y la cercanía de las personas que le conocían: «Me decían que no me desanimara, que Dios me había puesto esa prueba para ver si de verdad lo amaba: no descuides ahí dentro tu trabajo evangelizador».
Después de la primera quincena en la cárcel, consiguió que un sacerdote les celebrara la Santa Misa. También platicó con muchos y los animó a acercarse al sacramento de la penitencia y a que participaran en la misa y comulgaran. Con el apoyo del director del CERESO, de quien pronto se ganó su confianza, el evangelizador consiguió preparar las tradicionales posadas antes de la Navidad y los viacrucis durante la Cuaresma.
El testimonio de laboriosidad, de oración y de serenidad de Pablo no pasó desapercibido para sus compañeros. Él los invitaba a hacer lo mismo y les decía que así se vivía mejor y que era más fácil que hacer el mal. De hecho, el día de la salida de su “evangelizador” muchos lo sintieron. «La verdad, es que me sentí mal dejándolos a todos, ya eran mis amigos y ahora los extraño y creo que igualmente ellos me extrañan».
Cuando se le pregunta a Pablo qué piensa sobre la injusticia que se cometió con él, el responde sencillamente: «Yo le doy gracias a Dios por haberme dado esta prueba, ya que si yo hubiera seguido de largo y no hubiera visto a ese niño como mi prójimo, todo mi trabajo de evangelizador habría sido en vano».
Después de un año y ocho meses en prisión Pablo quedó en libertad, volvió a su casa y continuó su trabajo de evangelizador… que bien sabemos que nunca interrumpió.
Por Vicente D. Yanes, L.C. / Buenas Noticias
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