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¡Ni fríos ni calientes!

Image Aquellos que ha sacado a Dios del closet y lo han dejado ser Dios en la política, la economía, el deporte, el arte, etc.; aquellos que han dejado que Jesús de Nazaret sea el Señor de su vida en la oficina, el campo, la escuela, el matrimonio, la familia, etc.

A inicios de este año, en un diario de circulación nacional de nuestro país, se publicó una nota –como muchas hoy día-, en que se acusaba a los católicos de ser “radicales” por su posición frente a leyes “progresistas” –llama el autor-, en temas como el aborto, la eutanasia, el matrimonio homosexual, etc. Y, estas modestas líneas de mi parte, no son para defender nuestra posición –pues la verdad se defiende sola-. Sólo deseo hacer referencia a la palabra “radicales” que se menciona con desdén. Si el autor refiere “radicales” a los bautizados que asumen plenamente la responsabilidad de su bautismo y su confirmación de fe; a aquellos que no se guían ni miden por la popularidad en medio de la corriente, el protagonismo o el aplauso; aquellos que se alimentan de la Sagrada Eucaristía pero con valentía van a su realidad inmediata a vivir cuanto han escuchado y anuncian sin temor la Buena Nueva de Cristo; aquellos que ha sacado a Dios del closet y lo han dejado ser Dios en la política, la economía, el deporte, el arte, etc.; aquellos que han dejado que Jesús de Nazaret sea el Señor de su vida en la oficina, el campo, la escuela, el matrimonio, la familia, etc.; si el autor se refiere a todos ellos, ha acertado al título de “radicales”. “Serán odiados por todos a causa de mi nombre. Con todo ni un cabello de su cabeza se perderá. Manténganse firmes y se salvarán” (Lc 21, 18-19)

Seguramente –y es comprensible- que le sean más cómodos católicos pasivos e inermes, atolondrados y cobardes frente a la injusticia y la corrupción; con un profundo letargo espiritual ante la soledad, el consumismo y la enajenación; ignorantes de su cultura y de las exigencias de su fe; católicos que lloran las desgracias ajenas pero no sudan la solidaridad; que se enfadan y escandalizan cuando los pisotean pero no oran por sus agresores ni defienden su dignidad de hijos de Dios. “También en tiempos de Cristo existía una masa anónima y amplia, siempre presente en las páginas del Evangelio, que escuchaba sus palabras, enmudecía ante los milagros, admiraba incluso su doctrina y no le seguía. Son los precursores de los cristianos bautizados que nunca se convirtieron aunque a veces practiquen, incluso con una cierta asiduidad: eternos agonizantes, en los que ni muere del todo el hombre viejo, ni acaba jamás de formarse el hombre nuevo” (Justo Mullor, Dios cree en el hombre, Edit. Patmos. Pág. 43). Sin embargo, tenga por seguro que aunque de este tipo de católicos abundan, no lo son todos. También los hay –y para desgracia de muchos también abundan y es a los que usted se refiere- capaces de defender con la valentía que da la Palabra de Dios (Cf 1 Jn 2,14) la vida, la familia, el matrimonio, etc.

Tal radicalidad es incómoda desde los tiempos de Jesús, por tanto no es de extrañarse que sus líneas –y las de muchos otros- tengan un halo de reproche y condena. Pero, pese a tal incomodidad, todos los bautizados tendremos que recordar –incluso usted, querido hermano, pues seguramente también fue rociado con el agua y ungido en su frente- las palabras de la Sagrada Escritura: “Conozco tu obras: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojala fueras frío o caliente! Pero porque eres tibio y no frío o caliente, voy a vomitarte de mi boca” (Ap 3,15-16); “Al que se ponga de mi parte ante los hombres, yo me pondré de su parte ante mi Padre en los cielos. Y al que me niegue ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre que está en los cielos” (Mt 10, 32-33) Que la intercesión del Beato Miguel Agustín Pro, nos anime a ser fieles a nuestra vocación de cristianos. Amén.

Por Ángel Alvarado