La transformación de la fe-esperanza cristiana en el tiempo moderno (Continuación). / “Si el progreso técnico no se corresponde con un progreso en la formación ética del hombre, con el crecimiento del hombre interior (Ef 3,16; 2 Co 4,16), no es un progreso sino una amenaza para el hombre y para el mundo”.
El Papa hace una crítica a la idea de progreso del pensamiento ilustrado del siglo XVIII y XIX. Theodor Adorno expresó de manera drástica la incertidumbre de la fe en el progreso, pues éste sería el progreso que va de la honda a la superbomba, es decir, hay un aspecto del “progreso” que no se debe disimular, por lo que hay una ambigüedad del progreso. Si bien es cierto que ofrece nuevas posibilidades para el bien, también abre posibilidades para el mal que antes no existían.
Por lo que Benedicto XVI afirma de una manera penetrante:
“Si el progreso técnico no se corresponde con un progreso en la formación ética del hombre, con el crecimiento del hombre interior (Ef 3,16; 2Co 4,16), no es un progreso sino una amenaza para el hombre y para el mundo.” (1)
Hace un análisis de los conceptos clave del proyecto ilustrado-siglos XVIII y XIX-, del concepto de “razón” y de “libertad”. La razón es el gran don de Dios al hombre y también es un objetivo de la fe cristiana la victoria de la razón sobre la irracionalidad.
“¿ Pero cuándo domina realmente la razón ¿ ¿ Acaso cuando se ha apartado de Dios ? La razón del poder y del hacer ¿ es ya toda la razón ? Si el progreso, para ser progreso, necesita el crecimiento moral de la humanidad, entonces la razón del poder y del hacer debe ser integrada con la misma urgencia mediante la apertura de la razón a las fuerzas salvadoras de la fe, al discernimiento entre el bien y el mal, Sólo de este modo se convierte en una razón realmente humana. Sólo se vuelve humana si es capaz de indicar el camino a la voluntad, y esto sólo lo puede hacer si mira más allá de sí misma. En caso contrario, la situación del hombre, en el desequilibrio entre la capacidad material, por un lado, y la falta de juicio del corazón, por otro, se convierte en una amenaza para sí mismo y para la creación.”(2)
Hace una genial crítica al racionalismo filosófico de la ilustración al unísono de los pensadores que pusieron en entredicho el proyecto ilustrado, en este caso a Adorno, pero para referir ésta – la razón- a la fe. Razón sin fe no es o no puede ser coherente tal y como el poder y el hacer necesitan del bien moral, así como el viejo Sócrates lo afirma en los Diálogos de Platón. En éste filósofo el saber y el poder no bastan , han de ser buenos, han de aspirar al bien.
Indica el Pontífice que la razón sólo se humaniza si indica el camino a la voluntad o si va más allá de sí misma, esto es, la razón no puede ser autorreferente, estrictamente humana, ha de apuntar a lo divino, ha de tener referencia a él.
De igual manera el hombre para ser libre necesita de Dios:
“…el hombre necesita a Dios, de lo contrario queda sin esperanza”.
En el análisis de la edad moderna la afirmación de San Pablo a los Efesios que hemos citado al inicio aparece como realista y verdadera..
“…no cabe duda de que “un reino de Dios” instaurado sin Dios –un reino, pues, sólo del hombre – desemboca inevitablemente en “el final perverso” de todas las cosas descrito por Kant: lo hemos visto y lo seguimos viendo siempre una y otra vez…Dios entra realmente en las cosas humanas a condición de que no sólo lo pensemos nosotros, sino de que Él mismo salga a nuestro encuentro y nos hable. Por eso la razón necesita de la fe para llegar a ser totalmente ella misma: razón y fe se necesitan mutuamente para realizar su verdadera naturaleza y su misión.”(3)
Benedicto XVI indica claramente cómo la Razón filosófica, la razón humana necesita de la fe y en última instancia de Dios. No puede haber Razón humana sin Él, con lo que hace un llamado implícito a través de la argumentación a filosofar en diálogo con la fe cristiana, con el cristianismo de siglos y no ajena a él. Es un llamado a los filósofos modernos a hacerse la autocrítica en el diálogo con el cristianismo y su concepción de la esperanza.
Por María del Pilar Gómez G.