La defensa de la familia no es una bandera proselitista a favor de una religión; es la defensa de la naturaleza misma del ser humano.
En diciembre pasado, la Corte Superior de Murcia, suspendió por dos años al Juez Fernando Ferrín Calamita, y le ordenó pagar 6,000 euros (8,400 dólares) de indemnización a una mujer, por impedir que ésta adoptara al hijo de su pareja lesbiana. El fallo del juez dice que Ferrín, quien se declara católico, violó la ley que permite en ese país, la adopción a las parejas homosexuales. Dicho juez, en varias ocasiones y con diversos argumentos, defendía su moral y convicciones religiosas.
Este suceso reciente es una muestra más de dos cosas: la persecución sistemática contra los católicos y el ataque constante contra la familia. Sin embargo, es un tiempo de particular Gracia para los bautizados, pues precisamente tal persecución da nuevos bríos y sentido profundamente humano y cristiano a nuestra vida de fe y a la familia misma. Es, por así llamarle, como un sello de garantía de nuestro bautismo: “Si el mundo los odia, antes me odió a Mí” (Jn 15,18) También nos recuerda nuestro Señor: “Ustedes incluso serán llevados ante gobernantes y reyes por causa mía, y tendrán que dar testimonio ante ellos y los pueblos paganos” (Mt 10, 18)
El mismo mes y en el mismo país, escriben los Obispos: “En la familia se percibe que cada hijo es un regalo de Dios otorgado a la mutua entrega de los padres, y se descubre la grandeza de la maternidad y de la paternidad” (Obispos Españoles, diciembre, 2008). La defensa de la familia no es una bandera proselitista a favor de una religión; es la defensa de la naturaleza misma del ser humano. Ojala que cada bautizado, tenga la valentía de defender tan grande institución, primera célula de la sociedad. Ojala, que las muchas campañas en su contra, no limiten e intimiden a los cristianos en su lucha diaria por vivir a la altura del Evangelio. Ojala, que las muchas enseñanzas del Magisterio de la Iglesia, no sean sólo palabras en nuestra vida, sino un reto constante para reflexionarlas, compartirlas y vivirlas. “En la familia, por tanto, la entrega recíproca del hombre y de la mujer unidos en matrimonio, crea un ambiente de vida en el cual el niño puede <<desarrollar sus potencialidades, hacerse consciente de su dignidad y prepararse a afrontar su destino único irrepetible>>” (Juan Pablo II, Centesimus Annus No 39, 1991) No tengamos miedo, si nuestro Salvador se encarno en una familia, no cabe duda que en la familia se puede encarnar la paz, alegría y plenitud que el mundo necesita. Que así sea. Dios les cuide.