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Espiritualidad conyugal y familiar

Image Urgidos, entonces, de espiritualidad conyugal y familiar, creemos oportuno describirla bajo tres grandes rasgos: ‘amor, comunión y Eucaristía’.

Introducción.

Quienes interpretamos la vida, la historia y las realidades humanas desde el punto de vista de Dios, sentimos la necesidad de enriquecernos espiritualmente para permanecer fieles a ello. Puesto que nadie da lo que no tiene, en vista de poder dar y transmitir, a los demás matrimonios y a las familias, cosas nuevas y riqueza interior, nos urge adquirirlas. Nos hace falta, en otras palabras, más ‘espiritualidad’.

Espiritualidad significa “tener visión de fe” para interpretar la vida, y cada uno de los acontecimientos humanos, de manera congruente y fiel. Además, el ‘ministerio educativo’, al que están llamados a ejercer todos los matrimonios cristianos, lo exige. Se pide ‘espiritualidad’ para educar en los valores esenciales y trascendentes de la vida y dar testimonio de ellos. Conscientes que el futuro del mundo y de la Iglesia pasa a través de ‘la familia’, los esposos deberían ser ‘apóstoles’ audaces y entusiastas anunciadores de las buenas noticias del Evangelio. Urgidos, entonces, de espiritualidad conyugal y familiar, creemos oportuno describirla bajo tres grandes rasgos: ‘amor, comunión y Eucaristía’.

Espiritualidad de amor.

Se trata de amor conyugal, es decir, entre un hombre y una mujer que se comprometen, con Dios y con la sociedad, a amarse y respetarse mutuamente toda la vida. Es amor ‘total’, de cuerpo y alma, que trasciende pasiones y sentimientos. Este amor, desde luego, no puede que ser fruto de una decisión, cotidianamente renovada y que involucra inteligencia, libertad y voluntad. Bien lo expresó Juan Pablo II con estas palabras: "En la unidad de los dos el hombre y la mujer son llamados, desde su origen, no sólo a existir el uno al lado del otro…sino que son llamados a existir recíprocamente 'el uno para el otro'". Se trata de un "tu" y de un "yo" que, por el amor mutuo, se convierten en un "nosotros". Exactamente, a la manera de las personas divinas de la SS. Trinidad.

El modelo de este amor de donación, con total exclusión de rasgos egoístas, es el de Cristo en la Cruz. San Pablo, por cierto, habla de ello en la carta a los Corintios. El amor de los esposos, nos dice S. Pablo, está llamado a trascenderse hasta la cumbre de la ‘Caridad’. Es lo máximo que puede acontecer en la historia de todo amor humano. Amándose así, en efecto, la pareja hace presente, entre los hombres, el mismo amor de Dios, su ‘autor’.

La esencia humana y psicológica del amor esponsal, en efecto, consiste en "querer el bien del otro". S. Juan Crisóstomos, para comprobarlo, sugiere a los jóvenes esposos hacer este razonamiento a sus esposas: "Te he tomado en mis brazos, te amo y te prefiero a mi vida.Puesto que la vida presente no es nada, mi deseo más ardiente es pasarla contigo de tal manera que estemos seguros de no estar separados en la vida que nos está reservada… Pongo tu amor por encima de todo y nada me será más penoso que no tener los mismos pensamientos que tú tienes". Bella página de amor total, es decir, de cuerpo y alma, cristianamente vivido, trascendente y con proyección eterna.

Sin embargo, esta reflexión sobre la espiritualidad conyugal, como espiritualidad de amor, quedaría mutilada sin referencia alguna a la ‘castidad’. Es, esta,la ‘virtud moral’ que defiende el amor del peligro del egoísmo y la agresividad.

2. Espiritualidad de comunión, común-unión.
 
Creemos que el hombre ha sido creado, por Dios, a su imagen y semejanza. Las facultades espirituales, específicamente humanas, en efecto, lo comprueban. Este misterio es bien expresado, por Juan Pablo II, en su ‘Carta a las familias’, cuando reconoce que: “Antes de crear al hombre, parece como si el Creador entrara dentro de sí mismo para buscar el modelo y la inspiración en el misterio de su Ser, que ya aquí se manifiesta, de alguna manera, como el "Nosotros" divino. De este misterio surge –continúa el Papa- por medio de la creación, el ser humano: Creó Dios al hombre a imagen suya: a imagen de Dios le creó; varón y mujer los creó (Gén 1, 27)”.

Dios, quien, por esencia, es ‘comunidad de personas divinas’, fundamenta también el índole peculiar de toda familia. En efecto, la familia es "comunidad de personas", unidas en el amor, como lo es Dios Trinidad. De esta semejanza, desde luego, nace la responsabilidad, para cada familia, de ser ‘reflejo’ del amor de Dios para con la humanidad y ‘sacramento’ del amor de Cristo para con su Iglesia. Los esposos cristianos, entonces, son llamados a amarse como Cristo ama a la Iglesia, es decir, con un amor único, indisoluble, fiel y fecundo.

La familia es, también, el santuario de la vida y el único espacio, tal vez, donde se enseña la "gratuidad", o sea, el servir y amar sin cobrar: “el único lugar donde las relaciones entre los miembros están inspiradas –escribía justamente Juan Pablo II- por la "ley de la gratuidad".

El concepto de ‘comunión’, por tanto, supera el de amor y convivencia. En efecto, exige, a los esposos, un proyecto de vida que incluye todo lo que son. Además, por el don de la fe que comparten, la comunión se estrecherá en la ‘oración familiar’, participada por todos los integrantes. Los padres serán, así, para sus hijos, verdaderos ‘maestros’ de oración. Oración cotidiana y centrada, preferencialmente, en la escucha de la Palabra del Señor.

Conscientes que la oración es la primera expresión de la verdad interior del hombre y condición de la auténtica libertad de espíritu, la familia, gracias a ella, recibirá un fuerte ‘empuje’ para actuar, con responsabilidad, como ‘célula primera y fundamental’ de la sociedad humana y de la Iglesia.

3. Espiritualidad eucarística.

Expresión privilegiada de la oración familiar es la Eucaristía dominical. En efecto, en ella la familia aprende a ‘partir el pan’ con y para los pobres. Además, es el pan eucarístico que hace, de los diversos miembros de la comunidad familiar, un único cuerpo, cuyas relaciones se inspiran en la caridad de Cristo. Esta profunda comunión y misión vivida, convertirá, de veras, a nuestras familias, en ‘comunidades socialmente abiertas’ y evangelizadoras.

Es en la asamblea dominical, finalmente, donde las familias cristianas viven la manifestación más cualificada de su identidad y de su "ministerio" de "Iglesias Domésticas", o sea, de ‘espacio de salvación’ para sus integrantes. Mientras, los esposos, a su vez, serán ‘sacramento’ de salvación el uno para el otro.

Por el Padre Umberto Marsich MX (México)