Existe otra política sencilla, capilar, humilde, pequeña. Es la política del funcionario que saluda a la gente en la ventanilla de un ayuntamiento.
Existe la política grande. Es la política de las leyes importantes, de los decretos del gobierno, de los mítines electorales, de los discursos solemnes en el Parlamento, de los debates públicos. Es la política de los países y de los organismos internacionales. Es la política que sale en la televisión, la prensa, la radio y en internet.
Existe otra política sencilla, capilar, humilde, pequeña. Es la política del funcionario que saluda a la gente en la ventanilla de un ayuntamiento. Es la política del oficial de un juzgado que ordena los papeles para que no quede sin atención ninguna demanda. Es la justicia del portero de un edificio público que mantiene limpia las escaleras, abre la puerta y distribuye la correspondencia.
Es la política de quien introduce los datos en una computadora para que lleguen las pensiones a miles de ancianos. Es la política del policía de tráfico y del guarda jurado que disminuyen el caos humano y garantizan esa seguridad que tanto deseamos al salir de casa para ir de compras o de paseo.
La política de la “p” grande y vistosa, de los aplausos o los gritos de protesta, de los premios o de los castigos en las elecciones, no podría hacer nada sin la política de la “p” pequeña. Porque la gente, con mucha suerte, alguna vez podrá dar la mano a un ministro o a un importante líder político. Pero sin grandes dificultades casi todos tenemos a la mano y podemos saludar a un funcionario “de a pie” que nos recibe en una sección de tráfico, de seguros o de estadística de barrio.
La ética para los políticos afecta a todos, a los grandes y a los pequeños, a los más vistos y a los más ocultos. Unos y otros, si son honestos, si buscan la justicia, si sirven a la gente, evitarán las trampas y rechazarán sobornos. Serán entonces auténticos servidores de la vida pública, funcionarios y trabajadores no de un sistema estatal frío y sin valores, sino de una comunidad en la que nadie se siente excluido o despreciado.
Hace falta valorar y reconocer el servicio ordinario, casi invisible, de miles y miles de hombres y mujeres que hacen posible la política grande desde la política pequeña. Son ellos los que, día a día, canalizan las decisiones, mueven los trámites, acogen las quejas, organizan los transportes, planean el tráfico y revisan la seguridad de nuestras casas y de nuestros alimentos.
A ellos, a los trabajadores de la “p” pequeña, les tenemos que dar las gracias y apoyar con energía, para que su servicio siga manteniendo en pie sociedades que son humanas desde la finura y la honestidad de quienes trabajan en los mil quehaceres humildes y sencillos de la vida pública.
Por el Padre Fernando Pascual (España)