No es preciso tener más de tres dedos de frente para darse uno cuenta de que las revueltas y levantamientos que están ocurriendo en el mundo árabe, al norte de África y en Medio Oriente, no son espontáneos, sino provocados, y que la población civil ha sido azuzada, para que se convierta en protagonista de las protestas.
¿Quién es el instigador? ¿De quién es la mano que mece la cuna? Se trata de una mano que cuenta con más de 200 años de edad, una mano que es invisible por sí misma y de la que sólo se ven sus obras, de las que las más notorias son las revoluciones. Su evidencia se encuentra, por ejemplo, en lo que establece la diferencia entre la Guerra Civil y la Revolución. ¿Se ha planteado usted porqué a los levantamientos que hubo en Rusia, Francia y México se les llama Revolución, en tanto que a las rebeliones ocurridas en España y Estados Unidos se les llama Guerra Civil? La diferencia estriba en que la Revolución es resultado de una instigación, en tanto que la Guerra Civil se deriva de un auténtico levantamiento popular. Otra diferencia es que las revoluciones siempre vienen acompañadas de conflictos religiosos y las guerras civiles no.
La historia muestra que prácticamente no ha existido revolución alguna que no haya sido planeada, instigada, e incluso financiada, por intereses absolutamente ajenos y extraños a las verdaderas causas sociales, que suelen utilizarse como pretexto revolucionario, y al mismo Pueblo, que invariablemente termina peor de como estaba antes de la Revolución.
¿Cuál es el objetivo que se persigue al instigar poblaciones y a lanzarlas contra sus gobiernos y gobernantes? El objetivo siempre es el mismo: Desestabilizar primero para luego instalar un gobierno que sea afín a los intereses de la mano que mece la cuna.
Un ejemplo reciente lo encontramos en 1968, en las rebeliones estudiantiles que simultáneamente ocurrieron en México, París, Tokio, Ankara, Buenos Aires, Praga y en otras ciudades, en todas al mismo tiempo. ¿Fue coincidencia? ¡No! pues ahora sabemos que aquellas revueltas repitieron la misma consigna de Marcuse en favor de la desobediencia civil, coreando los mismos postulados y hasta enarbolando iguales logotipos.
Las revueltas de las poblaciones islámicas, que iniciaron en Túnez y Egipto, y que se han extendido por Argelia, Libia, Bahrein, Costa de Marfil, Sudán, Yemen, Marruecos, Irán, Líbano, Omán y Siria, tienen en común tres cosas: A todas se les ha llamado “Revolución árabe”, todas van dirigidas contra jefes de Estado del sistema islamita y todas contienen dosis de conflicto religioso musulmán.
Pero, ¿de quién es la mano? Recordemos algunas evidencias: El 10 de febrero, un día antes de la “renuncia” de Hosni Mubarak como Presidente de Egipto, el director de la CIA, León Paneta, en una audiencia en el Senado, afirmó con descaro que “es muy probable que Hosni Mubarak salga de la Presidencia este mismo día”. ¿Por qué lo sabía? Luego, a primera hora de ese mismo día, el Presidente Barack Obama fue informado de que Hosni Mubarak anunciaría su renuncia en un discurso televisado. La cadena de televisión CNN hasta fue prevenida para que tuviera lista la información de lo que sucedería. Pero, contrario a lo que ya se sabía en Washington, Mubarak no dio su brazo a torcer y sentenció: “me quedo hasta septiembre y sólo muerto me sacarán de Egipto”. Tal fue el desconcierto en la CNN que la confusión se atribuyó a un error de traducción.
En el caso de Irán, la provocación es más evidente, cuando el mismo presidente de Estados Unidos exhortó abiertamente a los iraníes a desafiar a sus dirigentes, incitándolos a la rebelión, como en Egipto, “en favor de la democracia”. ¿Quién nombró al Presidente de Estados Unidos Vigilante Mundial de la Democracia? ¿Quién le concedió el derecho de atropellar soberanías interviniendo en asuntos internos de otras naciones?
En Egipto, como en las demás revueltas populares del mundo árabe, se repite este mismo esquema: deponer al líder por “autoritario” para que el Pueblo acepte complacido a los nuevos libertadores, sin darse cuenta de que el aparato militar y el status político permanecen intocables, y sin percatarse de que acabarán en una situación peor que la de antes, pero ahora sin la capacidad de organizarse y reaccionar.
La mano que mece esta cuna pertenece a grupos globales dominantes, grupos de poder como la Comisión Trilateral o la Comisión de Asuntos Exteriores, ambos con sede en Nueva York. Son grupos cristiano-sionistas y judeo-masónicos que están empleando toda su fuerza provocadora de Choque de civilizaciones para perfilarse a la implementación de un nuevo orden mundial.