Algunas personas creen que la Semana Santa es un tiempo en donde todos deben traer la cara triste, el alma cansada y el espíritu agotado; para otros, representa la significación de dejar la puerta abierta para toda clase de excesos, sin que para ello se necesite hacer alguna reservación en hotel de cinco estrellas y en la playa.
Me parece que ambas posturas están desenfocadas. Una, porque confunde la tristeza y el espíritu abatido, con el necesario e indispensable tiempo de reflexión, de análisis y de una toma de decisiones en el proyecto personal de vida, que abra nuevos horizontes.
La otra vertiente es semejante porque los excesos, en cualquier campo de la vida humana, acaban irremediablemente por agotar el espíritu y marchitar el alma, justamente los aspectos de los cuales se pretendía huir.
Yo creo que la Semana Santa, adicional a los aspectos convocados en la liturgia propia de este tiempo, significa para los jóvenes la mejor prueba de su liderazgo en la sociedad.
Sin duda se trata de un tiempo para reflexionar en los “qués”. Qué queremos, con qué herramientas contamos, qué pretendemos lograr y cómo lo queremos alcanzar; porque el líder juvenil que necesita nuestra Patria, para volverse competitiva, de calidad y exitosa, necesita líderes jóvenes que tengan clara la visión de largo alcance, tanto para su vida, su escuela, su trayectoria profesional y su familia. Y eso, de verdad, requiere momentos importantes para pensar.
Es tiempo para generar evidencias de trabajo en equipo y de generosidad. Muchos grupos de jóvenes acostumbran en estos días, “ir de misiones”. Actividades como esas hacen posible que el joven se aleje de su estatus de confort, protección y seguridad, para llevar un mensaje de esperanza a otros jóvenes.
Requiere de grandes dosis de trabajo en equipo, porque las necesidades son tantas, que frecuentemente, los misioneros necesitan de una buena organización, de logística apropiada, de tiempos y movimientos bien establecidos en un manual, para que la misión resulte exitosa, con la ayuda de Dios.
Implica generosidad por supuesto. Exige dar, y a gran escala, empezando por dar el tiempo de cada joven; por dar su conocimientos, su compromiso con la vida de gracia a imitación de Jesús de Nazareth. Eso es evangelizar a tiempo y a destiempo, según nos dice San Pablo.
Semana Santa, también es la oportunidad de ser “cefás”; de ser “cabeza” y con toda humildad –porque no tendríamos ningún poder, si no nos hubiese sido dado de lo Alto- servir mandando y mandar sirviendo.
En esa tarea, tan extraordinariamente desafiante para los jóvenes de hoy, preparar tus maletas, tus enseres personales y echar todo el espíritu en la alforja, trae consigo también, la práctica de la humildad. Limar las asperezas que provoca la soberbia, también ayuda bastante para realizar un buen plan de vida.
Los grandes liderazgos que ha habido en la historia de la humanidad, se forjan como las espadas de Toledo, en el fuego abrasador del Amor a Dios.
La Semana Santa es la mejor forja para desarrollar el liderazgo juvenil. Vale la pena.