Todos los hospitales, en la sala de Terapia intensiva, cuentan con un aparato que, con premura, utilizan médicos y enfermeras para lograr que a un paciente agonizante le vuelva a latir el corazón y respire de nuevo luego de que cesaron sus funciones vitales. A este aparato le llaman “Resucitador” en un término común, pero inadecuado, porque no es lo mismo resucitar que revivir, pues si en respuesta al llamado de los médicos, en verdad les trajeran al Resucitador, a esas salas de terapia intensiva tendría que entrar Jesucristo en persona, el único Resucitador como tal.
Revivir significa volver a vivir en esta vida, la misma que conocemos, luego de que las funciones vitales se activan nuevamente. Resucitar, en cambio, es volver a vivir después de esta vida, con Dios, en los cielos, en la vida eterna de la que no se morirá jamás.
Uno de los 52 domingos de cada año se celebra la Resurrección del Señor, es el Domingo de Pascua. El Evangelio da cuenta, así, del suceso: “Jesús resucitó en la madrugada, el primer día de la semana, y se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios. Ella fue a comunicar la noticia a los que habían vivido con él, que estaban tristes y llorosos. Ellos, al oír que vivía y que había sido visto por ella, no creyeron” (Mc, 16, 9-11). Porque el aviso resultaba increíble, aunque Jesús se los hubiese profetizado, él mismo se los tuvo que confirmar en persona: “Después de esto, se apareció, bajo otra figura, a dos de ellos cuando iban de camino a una aldea. Ellos volvieron a comunicárselo a los demás; pero tampoco creyeron a éstos. Por último, estando a la mesa los once discípulos, se les apareció y les echó en cara su incredulidad y su dureza de corazón, por no haber creído a quienes le habían visto resucitado” (Mc 16, 12-14). Creer o no creer es la respuesta de la creatura al Creador. Para algunos es fácil, para otros resulta dificultoso, pero visto a la distancia del tiempo, si en aquel entonces no creyeron a los testigos de la Resurrección, hoy tampoco creerán muchos aunque con vehemencia se les anuncie esta noticia, pues así como la ciencia es fruto de la razón, creer es fruto de la Fe.
La Escritura afirma que Jesús “se apareció, bajo otra figura, a dos de ellos” que al principio no lograron reconocerlo. ¿Habrá sido por la oscuridad? ¿Llevaba cubierta la cabeza? o ¿no veían bien aquellos discípulos? ¿O acaso cabe la probabilidad de que no lo hayan reconocido con facilidad porque, como afirma el texto literalmente, se apareció “bajo otra figura”? Yo creo firmemente en esto, y en que así como sucedió hace tiempo, en cumplimiento a su promesa de estar con nosotros todos los días de nuestra vida hasta el fin del mundo, hoy lo sigue haciendo. Creo también que quienes no creen en él tendrán mayor dificultad en reconocerlo, como creo que quienes creen, y están atentos, tienen mayor capacidad de reconocerlo, de verlo pasar por sus vidas y de caminar junto a él en el camino, aunque se aparezca bajo otra figura. Pienso que suele adoptar las figuras que le son afines a partir de su dicho “el Hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir” y que por ello puede aparecerse con el aspecto de los que saben servir, con una toalla atada a la cintura, con manos que ayudan y acarician, o con voz que pregunta -¿en qué puedo servir?- El mismo aseguró que cuanto hagamos a los demás a él se lo hacemos, y por eso entregó una tarea, y con ella, un mandato: “les dijo: -Vayan por todo el mundo y proclamen la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Estas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien-” (Mc 16, 15-18). A casi dos mil años del acontecimiento de la Resurrección una tercera parte de la humanidad lo conoce, y él sigue confirmando su anuncio como lo hizo entonces: “Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios. Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban” (Mc 16, 19-20).