Con motivo de la beatificación de Juan Pablo II, un amigo me envió el testimonio de Sor Marie Simon-Pierre, religiosa de la Congregación de las Hermanitas de las Maternidades Católicas, curada de Parkinson por razones científicamente inexplicables según una comisión de científicos. Este hecho fue reconocido como un milagro atribuido a la intercesión de Juan Pablo II en el proceso que ha concluido con su beatificación.
En esta colaboración comparto con ustedes algunas ideas expuestas por Sor Marie Simon-Pierre:
En junio de 2001, me diagnosticaron la enfermedad de Parkison. La enfermedad había afectado a toda la parte izquierda del cuerpo, creándome graves dificultades, pues soy zurda. Después de tres años, a la fase inicial de la enfermedad, lenta pero progresiva, siguió un agravamiento de los síntomas. Desde el 2 de abril de 2005 empecé a empeorar de semana en semana, desmejoraba de día en día.
Me resultaba difícil ver a Juan Pablo II en la televisión; sin embargo me sentía muy cercana a él en la oración y sabía que él podía entender lo que yo vivía. Admiraba también su fuerza y su valor, que mi estimulaban para no rendirme y para amar este sufrimiento, porque sin amor no tenía sentido todo esto. Puedo decir que era una lucha diaria, pero mi único deseo era vivirla con fe y en la adhesión amorosa a la voluntad del Padre.
En la Pascua de 2005 deseaba ver a nuestro Santo Padre en la televisión porque sabía, en mi interior, que sería la última vez. Me preparé durante toda la mañana para aquel encuentro, sabiendo que sería muy difícil para mí, pues me haría ver cómo me encontraría yo de ahí a algún año. Me resultaba aún más duro siendo relativamente joven. Un servicio inesperado me impidió verlo.
En la tarde del 2 de abril, nos reunimos toda la comunidad para participar en la vigilia de oración en la plaza de San Pedro, retransmitida en directo por la televisión francesa de la diócesis de París. Todas juntas escuchamos el anuncio del fallecimiento de Juan Pablo II; en ese momento se me cayó el mundo encima, había perdido al amigo que me entendía y que me daba la fuerza para seguir adelante. En los días siguientes, tenía la sensación de un vacío enorme, pero también la certeza de su presencia viva.
El 13 de mayo, festividad de Nuestra Señora de Fátima, el Papa Benedicto XVI anunciaba la dispensa especial para iniciar la Causa de Beatificación de Juan Pablo II. A partir del día siguiente las hermanas de todas las comunidades francesas y africanas empiezan a pedir mi curación por intercesión de Juan Pablo II. Rezan incesantemente hasta que les llega la noticia de la curación.
En ese período estaba de vacaciones. El 26 de mayo, terminado el tiempo de descanso, vuelvo totalmente agotada por la enfermedad. «Si crees, verás la gloria de Dios»: esta frase del Evangelio de san Juan me acompañaba desde el 14 de mayo.
El 1 de junio ya no podía más, luchaba por mantenerme de pie y caminar. El 2, por la tarde, fui a buscar a mi superiora para pedirle si podía dejar el trabajo. Ella me animó a resistir aún un poco más hasta mi vuelta de Lourdes, en agosto, y añadió: «Juan Pablo II no ha dicho aún su última palabra» (Juan Pablo II estaba seguramente allí, en aquel encuentro que transcurrió sereno y en paz). Después, la madre superiora me dio una pluma y me dijo que escribiera: «Juan Pablo II». Eran las 5 de la tarde. Con esfuerzo escribí: «Juan Pablo II». Nos quedamos en silencio ante la letra ilegible… después, la jornada continuó como de costumbre.
Al terminar la oración de la tarde, a las 9 de la noche, pasé por mi despacho antes de ir a mi habitación. Sentía el deseo de coger la pluma y escribir, algo así como si alguien en mi interior me dijese: «Coge la pluma y escribe «… eran las 9.30-9.45 de la noche. Con gran sorpresa ví que la letra era claramente legible: sin comprender nada, me acosté. Habían pasado exactamente dos meses desde la partida de Juan Pablo II a la Casa del Padre. Me desperté a las 4.30 sorprendida de haber podido dormir y de un salto me levanté de la cama, mi cuerpo ya no estaba insensible, rígido, e interiormente no era la misma.
Después, sentí una llamada interior y el fuerte impulso de ir a rezar ante el Santísimo Sacramento. Bajé al oratorio y recé ante el Santísimo. Experimenté una profunda paz y una sensación de bienestar; una experiencia demasiado grande, un misterio difícil de explicar con palabras.
Después, ante el Santísimo Sacramento, medité sobre los misterios de luz de Juan Pablo II. A las 6 de la mañana, salí para reunirme con las hermanas en la capilla para un rato de oración, al que siguió la celebración eucarística.
Tenía que recorrer cerca de 50 metros y en aquel mismo momento me di cuenta de que, mientras caminaba, mi brazo izquierdo se movía, no permanecía inmóvil junto al cuerpo. Sentía también una ligereza y agilidad física que no sentía desde hacía tiempo.
Durante la celebración eucarística estaba llena de alegría y de paz; era el 3 de junio, fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Al salir de la Santa Misa, estaba segura de mi curación; mi mano no temblaba más. Fui otra vez a escribir y a mediodía dejé de tomar las medicinas.
El 7 de junio, como estaba previsto, fui al neurólogo, mi médico desde hacía cuatro años. También él quedó sorprendido al constatar la desaparición de todos los síntomas de la enfermedad, a pesar de haber interrumpido el tratamiento desde hacía cinco días. El día después, la superiora general confió a todas nuestras comunidades la acción de gracias y toda la congregación comenzó una novena en acción de gracias a Juan Pablo II.
Han pasado ya diez meses desde que interrumpí todo tipo de tratamiento. He vuelto a trabajar normalmente, no tengo dificultad para escribir y conduzco también en recorridos largos. Me parece como si hubiese renacido: una vida nueva, porque nada es igual que antes.
Hoy puedo decir que un amigo ha dejado nuestra tierra, pero está ahora mucho más cerca de mi corazón. Ha hecho crecer en mí el deseo de la adoración al Santísimo Sacramento y el amor a la Eucaristía, que ocupan un puesto prioritario en mi vida cotidiana.
Lo que el Señor me ha concedido por intercesión de Juan Pablo II es un gran misterio difícil de explicar con palabras; algo muy grande y profundo, pero nada hay imposible para Dios.
Sí, «si crees, verás la gloria de Dios».