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No tengan deudas, por favor

Reflexión dominical para el 4 de septiembre de 2011 

Muchas veces hemos oído e incluso aprendido de memoria desde pequeños, que los diez mandamientos se reducen a dos: “Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”.

Precisamente hoy el apóstol San Pablo escribe a los romanos que todos los mandamientos de la ley de Dios que se refieren al prójimo “se resumen en esta frase: amarás a tu prójimo como a ti mismo. Uno que ama a su prójimo no le hace daño, por eso amar es cumplir la ley entera”.

Según esto la obligación fundamental de cada uno de nosotros consiste en el amor. De ahí el título de esta reflexión.

San Pablo lo dice así:

“Con nadie tengan más deuda que el amor”.

Y es que si no tenemos ni una deuda con los otros, siempre nos queda una: el amor.

A veces olvidamos esta obligación grave que nos impone la ley de Dios a cada uno de nosotros.

De todas formas hay un punto que exige también la verdadera caridad y consiste en la corrección fraterna.

De esto precisamente nos hablan el profeta Ezequiel y el Evangelio de San Mateo.

El profeta enseña que el Señor nos ha puesto como “atalaya “(es decir vigías o guardianes) entre nuestros hermanos. Y nos advierte algo interesante. Si uno peca y es reo de muerte y Dios nos pide que le corrijamos y no lo hacemos, si el otro sigue pecando, él se condenará por su mala conducta pero advierte el Señor: “a ti te pediré cuenta de su sangre”.

Esto equivale a decir que, si no corriges, serás responsable del pecado de tu hermano.

Y advierte también, si tú le avisas y no te hace caso, él se perderá, pero tú te salvarás por haber cumplido con tu deber.

San Mateo es más concreto y nos explica exactamente cuál debe ser la manera, muy delicada por cierto, de corregirse entre los seguidores de Cristo:

“Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un gentil o un publicano”, como si no fuera cristiano.

Ésta es la manera de corregir procurando cuidar la fama del otro, evitando todo lo que sean chismes, calumnias, sospechas, etc. Este tipo de apreciaciones no tiene nada que ver con un seguidor de Jesús.

Qué distinto sería nuestro mundo si cumpliéramos estas normas del Evangelio.

En San Mateo encontramos hoy otras dos lecciones importantes:

Jesús da a los apóstoles el poder de perdonar con esa comparación de atar y desatar que viene a ser un término jurídico que significa declarar justo o injusto, lícito o ilícito:

“Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo…”

De esta manera Jesús respalda, con su autoridad, el juicio que hagan sus apóstoles.

La última lección es muy hermosa. Es una invitación a hacer oración y pedir juntos al Señor para conseguir más eficazmente lo que pedimos:

“Si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo”. Y es que Jesús sabía muy bien cuánto nos cuesta ponernos de acuerdo, incluso cuando se trata de pedir lo que necesitamos.

No sólo esto sino que Jesús da la razón por la cual será eficaz nuestra plegaria: “donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.

Se trata de una promesa muy importante. Jesús nos advierte que la comunidad la forman los que se reúnen en su nombre.

Cuando es así Él respalda lo que pidan ellos prometiendo su intercesión ante el Padre celestial. De esta forma, Jesús cumple también aquellas otras palabras de la última cena: “Todo lo que pidan al Padre en mi nombre se lo dará”.