Ya sé que mi título no es muy correcto, pero a veces las redundancias nos hacen pensar. Prácticamente, es el primer domingo del tiempo ordinario, aunque la liturgia lo titula segundo domingo del tiempo ordinario y con razón.
La Iglesia, por medio de la liturgia, quiere conducirnos a lo largo del año para que en él aprendamos todas las cosas que se refieren a Jesús, especialmente su vida y su doctrina.
Pues bien, la primera lección que nos da la Iglesia es la actitud fundamental que debemos tener ante nuestro Dios a lo largo de toda nuestra vida.
La clave de este domingo nos la da (como casi siempre) el salmo responsorial:
“Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.
“Dios mío, lo quiero y llevo tu ley en mis entrañas…” (Sal 39).
Con este fin la primera lectura nos lleva a recordar al pequeño Samuel.
Este niño fue el regalo de Dios para sus padres Elcana y Ana, que eren estériles y ancianos.
Ellos, como agradecimiento, lo llevaron al templo para que dedicara su vida a servir al Señor.
Un buen día el pequeño dormía tranquilo. Advierte la Escritura que “no conocía Samuel al Señor pues no le había sido revelada la Palabra del Señor”.
Samuel oye que lo llaman a medianoche y por tres veces se presenta al sumo sacerdote Elí, diciendo: “Aquí estoy porque me has llamado”.
Elí le dice que no lo ha llamado y que siga durmiendo. Al final el sacerdote comprende que el Señor quiere comunicarse con el futuro profeta y le dice:
“Anda, acuéstate y si te llama alguien responde: Habla, Señor, que tu siervo escucha”.
La actitud de Samuel es exactamente la que pide la Escritura. Es la disponibilidad reflejada en la frase bíblica que repetirán los grandes santos Abraham, Moisés, Isaías, María y el mismo Jesucristo: “Aquí estoy”.
San Pablo, en la Carta a los Corintios, nos habla de cómo el cristiano tiene que vivir siempre en una actitud limpia de cuerpo y alma.
Después de decirnos que “el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor y el Señor para el cuerpo”, nos advierte “¿no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo? Él habita en vosotros porque lo habéis recibido de Dios”.
De esta manera Pablo une a la actitud de docilidad total ante Dios, la santidad del cuerpo, y termina con esta frase: “glorificad a Dios con vuestro cuerpo”.
El Evangelio de hoy es de San Juan evangelista. Él nos cuenta cómo descubrió y siguió a Jesucristo.
Recordemos:
Juan Bautista se dedicaba a la misión que le había dado el Señor: preparar los caminos al Mesías.
Algo aparece muy claro en el Evangelio y es que este gran santo tenía un grupo de discípulos bien preparado para que, cuando apareciera el Mesías, lo siguieran con fidelidad.
Por este motivo un día en que Jesús pasa cerca de Juan, el Bautista “fijándose en Jesús que pasaba dice: Este es el cordero de Dios”.
Como realmente los dos discípulos estaban preparados “oyeron sus palabras y siguieron a Jesús”.
De esta manera tan maravillosa, el humilde y santo Juan Bautista, se desprende de sus discípulos porque no los había preparado para él sino para Jesucristo.
Así nos enseña que los evangelizadores no tenemos que predicarnos a nosotros mismos sino al Señor y que nuestra gente no debe apegarse a nosotros sino a Jesús que es el único Salvador, enviado por el Padre y el único que puede ofrecerles una amistad y felicidad eternas.
Los dos primeros discípulos que abandonaron a Juan para seguir a Jesús fueron Juan evangelista y Andrés. Este fue muy pronto a buscar a su hermano Simón a quien Jesús ya desde su saludo le cambia el nombre por el de Pedro.
De esta manera empieza la cadena de los apóstoles que, habiendo dejado al Bautista, siguieron definitivamente a Jesús y, por cierto, con tanta fidelidad que lo siguieron hasta el martirio.
Volviendo a la gran lección de hoy comencemos nuestro “tiempo ordinario” adoptando una actitud de obediencia a Dios y pidiendo que tengamos la valentía de mantenerla todos los días de nuestra vida:
“Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.
+José Ignacio Alemany Grau, obispo