Mover la piedra

En el final del relato de la Pasión según San Marcos todo huele a muerte, a fracaso. Pilato se extraña de la pronta muerte de Jesús y le entrega el cuerpo a José. Éste lo enredó en una mortaja; lo colocó en un sepulcro; lo selló con una enorme piedra. Queda una débil esperanza: unas mujeres de lejos observaban donde lo ponían.

Jesús fue muerto como un proscrito y sepultado de prisa, a causa del sábado opresor. Nadie quería tener algo que ver con él. Nadie lo reclamó: ni sus discípulos, ni lo sepultaron sus familiares; sólo un miembro del sanedrín, José de Arimatea, del grupo de los enemigos, se atrevió a pedir el cuerpo de Jesús. La última mirada compasiva fue de ese pequeño grupo de mujeres. Recordemos sus nombres: María Magdalena, María la de Santiago y Salomé.

Pasado el sábado, libres ya de la opresión religiosa, las mujeres compraron perfumes para embalsamar a Jesús. Un gesto de piedad, memorable pero fuera de lugar, pues no se acostumbraba embalsamar a los difuntos en Israel. Lo peor; no sólo lo creían muerto, sino que así lo pensaban para siempre. Embalsamado. Compasión, pero sin fe ni esperanza.

¿Quién nos quitará la piedra de la entrada del sepulcro? Eran tres, quizá hubieran podido. No es el caso. La pregunta nos prepara para la sorpresa. Ya está removida, a pesar de ser muy grande. Se trata de algo sobrehumano. ¿Quién lo hizo? El signo no alcanza a despertar su fe. Quieren ver, y entran al reino de la muerte, al sepulcro. ¿Qué ven? Un joven sentado a la derecha, vestido con una túnica blanca. Lo blanco en la oscuridad, a un vivo entre los muertos. una luz en las tinieblas. Pero no alcanzan todavía a leer los signos de la presencia y poder de Dios. Se asustaron. Cuando falta la fe, todo nos da miedo.

Hace falta la palabra esclarecedora, el mensaje de Pascua, el kerigma: No se asusten. Buscan a Jesús de Nazaret, el crucificado. Ha resucitado; no está aquí. Miren el lugar donde lo pusieron. Su muerte fue real. Aquí lo dejaron en el sepulcro, sellado con una roca. Esta es la obra humana. Pero la obra de Dios es distinta, maravillosa: No está aquí. Su lugar no es el sepulcro. Sí; aquí lo pusieron los hombres, pero Dios lo resucitó, es decir, le hizo justicia y le devolvió la vida. Ahora Jesús vive para siempre.

Ya nadie puede permanecer quieto: ¡Vayan! a Galilea, lejos de Jerusalén, porque aquí está el poder opresor. Allá están los pueblos paganos, esperando este mensaje de vida: el Evangelio. Vayan a decir a los discípulos y a Pedro, ¿algún reclamo?, ¿su cobardía?, ¿su traición? No. Sino que allí lo verán. Él quiere verlos porque ya los perdonó, y tiene una gran tarea, una misión para ellos: Llevar su salvación hasta los últimos confines de la tierra.

Las mujeres no alcanzan a sobreponerse: Salieron huyendo del sepulcro, llenas de temorno dijeron nada a nadie por el miedo que tenían. La resurrección de Jesús es un hecho desconcertante para la humanidad. Las mujeres hicieron todo lo que podían, pero sólo consiguieron acrecentar su temor. Huyeron. No basta el esfuerzo humano; sólo la gracia y la misericordia de Dios puede darnos el don de la fe. Don recibido en el Bautismo.

+ Mario De Gasperín Gasperín

One thought on “Mover la piedra

  1. «Ahora Jesús vive para siempre». Que nadie vaya a entender que Jesús no ha vivido desde siempre y para siempre. Jesús es Dios, Jesús es eterno por naturaleza.

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