No fue la primera vez, ni la décima. Fue una de las muchas veces en que ante los ojos saltó un garrafal error periodístico.
Lo peor del caso es que la cosa, para muchos, parece normal. ¿Qué tiene de malo decir que una persona de 50 años tiene 40? ¿O equivocarse al poner en labios de un político un “sí” cuando dijo un “no” rotundo y enérgico? ¿O afirmar una y dos veces que Fulano es exmiembro de tal empresa cuando nunca trabajó en la misma? ¿O escribir que los ciudadanos de un país no quieren a su presidente porque el periodista lo escuchó de un taxista, sin cotejar luego otras fuentes de información?
Alguno dirá que los periodistas tienen ante sí tantos datos que si se ponen a controlarlos uno por uno nunca acabarían un artículo de dos cuartillas. En realidad, Internet ofrece hoy una enorme facilidad para verificar datos concretos, con lo que algunos errores serían fácilmente evitables con pocos minutos de tiempo “extra” empleados en comprobar supuestas informaciones o en verificar fechas, nombres y lugares.
En temas más importantes, en los que hablamos de lo que piensan, dicen y hacen personas o grupos, no sólo habría que investigar, contrastar datos, dejar espacio a la réplica, interpelar a los interesados, sino que existe una responsabilidad grave para no dar por verdad lo que es una suposición, si es que no llega a ser publicado algo que va claramente contra la buena fama de una persona honesta.
El periodismo sin errores, ciertamente, suena a algo utópico. Si la realidad es compleja, si los intereses son muy contrastados, si existen simpatías y antipatías que llevan a exaltar a unos y a denigrar a otros, el periodista no escapa a su condición humana de sujeto frágil, capaz de equivocarse por su propia cuenta y desde prejuicios propios o ajenos. Por desgracia, a veces se “equivoca” al obedecer órdenes superiores, lo cual es una de las mayores traiciones a la propia condición de informador llamado a buscar y a ofrecer la verdad.
Sin negar lo anterior, también es posible, y es hermosa realidad en casos concretos, un periodismo más serio, más dispuesto a pensar cada línea antes de publicarla, más abierto a la búsqueda de datos bien fundamentados, más respetuoso de la buena fama de las personas.
Ese periodismo, quizá, venda poco o consiga menos visitantes en las páginas de Internet. Pero será mucho más apetecible para millones de seres humanos que desean encontrar en el mundo de la prensa hombres y mujeres honestos, que se han propuesto investigar a fondo cada dato para así ofrecer algo de luz sobre temas que interesan a muchos y que merecen ser tratados seriamente.