La presente semana es significativa en el proceso del tiempo pascual: hemos celebrado la ascensión de Jesús resucitado a los cielos y estamos por celebrar la fiesta de Pentecostés, o sea estamos en espera del don del Espíritu Santo, promesa del Padre y de Jesús.
Tras la ascensión de Jesús a los cielos, la comunidad de sus discípulos, por recomendación misma de Jesús, “perseveraba en la oración en compañía de algunas mujeres”, estando presente de manera especial “María, la madre de Jesús” (Hechos 1,14), cumpliendo así ella el encargo que Jesús desde la cruz le había hecho, de atender como madre a Juan, y en él representados todos los discípulos. Como dice el Concilio Vaticano II, “también María imploraba con sus oraciones el don del Espíritu, que en la Anunciación ya la había cubierto a ella con su sombra.” (Lumen Gentium 59).
Por eso nosotros ahora como Iglesia, constituidos como discípulos de Jesús, nos sentimos acompañados por la Virgen María en la espera anhelante del don del Espíritu Santo.
Necesitamos el testimonio de María. Destacamos ahora su relación con el Espíritu Santo, su relación con su Hijo Jesús, su relación con nosotros y, en todo esto, el testimonio de su oración. En efecto, desde que María aparece por primera vez en el evangelio de san Lucas, en ella actúa de manera muy especial el Espíritu Santo, fecundándola al encarnar en su seno el Hijo de Dios hecho hombre; luego el Espíritu Santo condujo y sostuvo a María a lo largo de su misión, “así avanzó también ella en la peregrinación de la fe, y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz” (Lumen Gentium 58). Igualmente valoramos la relación de la Virgen María con la primera comunidad de discípulos de Jesús al perseverar con ellos en la oración, y la constante relación con la Iglesia a lo largo de los siglos, como lo manifiestan sus apariciones en los más diversos lugares y la respuesta devota y fervorosa de los fieles.
La Virgen María nos acompaña y sostiene en la oración para esperar el don del Espíritu Santo. Con ella y como ella podemos ser perseverantes en la oración, humildes y diligentes en la acción. También el Espíritu Santo nos conduce y sostiene para que nuestra vida sea firme, fecunda y entusiasta en el anuncio, la celebración y el servicio de Jesucristo y su evangelio. En la oración, acompañados de la Virgen María, pongamos nuestras necesidades, anhelos y proyectos.
Virgen María: acompáñanos en la oración.
Espíritu Santo: ilumina nuestra mente, enciende nuestro corazón, fortalece nuestra voluntad para creer, celebrar y vivir según Cristo Jesús. Amén.
+ Rodrigo Aguilar Martínez
Obispo de Tehuacán