Escribo desde Milán, donde me encuentro participando en el VII Encuentro Mundial de las Familias, convocado por el Papa Benedicto XVI. Nos acoge esta Arquidiócesis ambrosiana (por quien fue su Obispo, san Ambrosio) y, más ampliamente, las Diócesis de la Región lombarda. La presencia en el Congreso es de unas 7 mil personas, de los 5 continentes. La delegación mexicana es numerosa, con 200 personas, entre ellas 42 Obispos. Agradecemos al grupo de bienhechores por este regalo que nos han proporcionado.
El tema a desarrollar es “La familia: el trabajo y la fiesta”. O sea tres valores en relación profunda, o más aún dos valores en enfoque de familia. Desgraciadamente la vida actual enfoca el trabajo y la fiesta en un sentido individualista. Ya el Papa Benedicto XVI, desde el año 2010 y como preparación a este Encuentro, nos invitaba a recuperar el verdadero sentido del trabajo y de la fiesta, “en la perspectiva de una familia unida y abierta a la vida, bien insertada en la sociedad y en la Iglesia, atenta a la calidad de las relaciones además que a la economía del núcleo familiar”.
El Pontificio Consejo para la Familia y la Arquidiócesis de Milán prepararon y difundieron una catequesis preparatoria a este Encuentro, con charlas que se han difundido ampliamente y han llegado a muchas parroquias y familias, charlas que siguen siendo valiosas para asumir el tema en reflexión y diálogo personal y, sobre todo, familiar.
Ahora, ya en el Congreso, las ponencias están siendo muy reveladoras. La primera, pronunciada por el Cardenal Ravasi, nos ha fascinado con su profundidad bíblica, su capacidad didáctica y su bella forma poética con que suele presentar sus mensajes. Desde otro ángulo muy diverso, la investigación que se ha realizado en 5 países -uno de ellos México- destaca las conclusiones siguientes: la familia, entendida como la relación estable de hombre y mujer como esposos y con los hijos, no es un problema sino un recurso para la sociedad. Tenemos algunos datos que arroja la sociología, por ejemplo: El matrimonio crea una relación que ayuda y mejora la cualidad de la relación de pareja; esto redunda en beneficio de los hijos y más allá de la familia, en la relación social. La frase tan difundida y aplicada –“la familia pequeña vive mejor”- habría que precisarla: la familia pequeña vive con más comodidad y egoísmo, pero con menos solidaridad y trascendencia. Dicha frase queda cuestionada con la investigación sociológica, pues a mayor número de hijos hay mejores familias, ya que hay mayor donación, mayor capacidad de solidaridad; desde luego que no basta estar juntos, sino que la relación implica pertenencia, confianza y ofrenda, o sea sentido de trascendencia que respete y promueva la dignidad de cada miembro de la familia, se extienda en la relación fuera de la familia y lleve a la máxima trascendencia, centrada en Dios, pues hemos sido creados a su imagen y semejanza.
Tengo a la mano el libro que presenta los resultados en Italia y en Polonia. Los Obispos en México conocimos en el mes de abril los resultados de la investigación realizada en nuestro País, será bueno publicar pronto los resultados de dicha investigación.
La familia es un hecho natural, pero no espontáneo, sino que supone flexibilidad y reflexión relacional.
Debemos repensar las políticas familiares, de modo que la política tenga en cuenta la familia como recurso para la sociedad: la política al servicio de la familia y la familia al servicio de una mejor sociedad.
Recuerdo la frase de san Pablo: “todo es vuestro, vosotros de Cristo y Cristo de Dios”. Y la aplico en el sentido del tema de este Encuentro Mundial de las Familias: el trabajo y la fiesta estén al servicio de las familias, en el respeto y la promoción de la persona y de la relación familiar; mediante el trabajo y la fiesta no sólo seamos mejores personas, sino también mejores discípulos y testigos de Cristo, mejores hijos de Dios Padre.
+ Rodrigo Aguilar Martínez
Obispo de Tehuacán