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¡Felicidades, papás!

El domingo 17 de junio celebramos en México el Día del Padre. ¡Felicidades a los papás!

Pero, como he sugerido otras veces, es importante celebrar este día en perspectiva relacional, y de esta manera romper o atenuar la tendencia individualista que nos invade. Este enfoque hay que reafirmarlo al celebrar también el día de la madre, del niño o del abuelo, que se celebren especialmente en espíritu familiar. O sea que no basta que en la celebración respectiva, la persona se convierta en centro de la fiesta, sino que esa celebración sea una motivación para incrementar y profundizar los vínculos familiares.

El papá es una persona en relación: ser papá ha implicado no sólo la simple intimidad genital con la mujer que se ama, sino sobre todo la vinculación de intenciones y de corazones, o sea la entrega mutua con quien se ha convertido también en mamá. Papá y mamá, en su relación de esposos, cultiven la esencial disposición de reciprocidad y complementariedad, reconociendo las propias capacidades y también las capacidades de la otra persona; de esta manera la propia identidad, sin sufrir quebranto, se enriquece. Ambos son diferentes en muchos aspectos: por ejemplo en la historia personal y familiar, en lo biológico, en lo psicológico, en la forma de pensar y reaccionar, en los sentimientos ante una misma situación. Que esas diferencias no signifiquen freno en su desarrollo, sino posibilidad de recíproca integración, reconociéndose el uno hacia el otro como un don precioso que viene de muy alto, de Dios.

Pero, a su vez, son don de Dios el uno para el otro sin que se cierren en sí mismos, sino abiertos al fruto de su amor que son los hijos. Precisamente por ellos ustedes son papá y mamá. Amen a sus hijos, sin dejar de amarse ustedes dos. Los hijos anhelan como máximo regalo tener papá y mamá que se aman.

Vivan la paternidad-maternidad conociendo, aceptando y amando a cada hijo-hija como es, sin compararlos con detrimento de preferir a unos sobre otros, sino ayudando a cada uno a que asuma su identidad y su vida aceptándose, sabiéndose amado y dispuesto a amar a los demás.

Felicidades, papás, por este mundo de relaciones que es la familia, llevado de manera sabia y fecunda. No deja de haber dificultades y desconciertos, pero tampoco deja de haber satisfacciones y alegrías. Den gracias a Dios por todo. “Para los que aman a Dios, todo les sirve para el bien”, nos dice san Pablo. También en todo pidan la gracia de Dios que les reconforte, ilumine y sostenga en su delicada e importante misión, al participar plenamente en la obra creadora de Dios, dador de la vida.

Por otro lado, reconocemos con dolor cuántas veces el papá no asume plenamente su misión, descargando en la esposa funciones que son de ambos, por ejemplo en la educación integral de los hijos; o, peor aún, no asumiendo la responsabilidad de acompañar a la esposa y a los hijos que se han engendrado. Pero no es tarde para recapacitar y reorientar la vida. Celebrar el día del padre es una magnífica ocasión para restablecer vínculos nobles y duraderos. Es bueno alimentar la paciencia y la esperanza en una nueva vida personal y en la relación familiar.

Que la celebración del día del padre sea una fiesta de acercamiento y regocijo familiar, que  incluya expresiones de afecto, de felicitación, de mutua donación; desde luego, también incluya acción de gracias a Dios y ofrenda espiritual. Dios Padre Bueno, rico en misericordia, no se deja ganar en generosidad.

+ Rodrigo Aguilar Martínez
Obispo de Tehuacán