Si intentásemos comprender qué es la Iglesia católica a través de lo que aparece en algunos medios de comunicación social, adquiriríamos una imagen curiosa y extraña de la misma.
Porque en muchos medios la Iglesia es noticia cuando hay escándalos, cuando hay quejas contra ella, cuando hay teólogos que critican su doctrina, cuando algún obispo hace declaraciones sobre temas de moral o de fe que van contra la mentalidad del mundo, cuando se lanzan hipótesis de todo tipo sobre las “luchas de poder” en el Vaticano, cuando se alude a la salud del Papa y a sus posibles sucesores.
De este modo, se corre el riesgo de deformar la esencia de la Iglesia. No se conoce a una persona cuando se le mira sólo desde fuera y desde lejos, sino cuando se convive con ella, cuando se la escucha, cuando le preguntamos sobre sus convicciones y sus miedos, cuando la vemos actuar en momentos de bonanza o ante dificultades de mayor envergadura.
Es cierto que en los medios de comunicación hay espacios para que hablen laicos y sacerdotes, obispos y cardenales. La voz de los miembros de la Iglesia no ha sido apagada. Pero también es cierto que en muchos de los grandes medios informativos la Iglesia aparece sólo por asuntos que suscitan escándalo, que son “noticiables”, y según la perspectiva de quienes la miran de lejos, a veces con desprecio.
Pocos medios se interesan por lo que hacen unas religiosas cuando cuidan un día sí y otro también a cientos de enfermos o de ancianos. En cambio, muchos alzan las cejas y despiertan su interés cuando acusan a una religiosa por robar niños recién nacidos, o a un sacerdote por gritar contra la gente en una homilía.
La Iglesia, no podemos negarlo, está compuesta de hombres y mujeres débiles y libres, capaces de todo: lo bueno, lo mediocre y lo malo. Pero la Iglesia es mucho más que sus escándalos o que las debilidades de sus miembros. Porque la Iglesia sólo se comprende desde su origen: el Amor de Dios manifestado en Jesucristo y difundido en los corazones a través del Espíritu Santo.
En los medios de comunicación es difícil expresar la verdadera naturaleza de la Iglesia. Prejuicios y mentalidades “mercantiles” cierran los ojos al tema decisivo: ¿fundó o no fundó Cristo la Iglesia? ¿Y quién era ese Maestro venido de Nazaret: un simple hombre o el Hijo de Dios? Responder es algo tan difícil como serio, porque la respuesta no puede quedarse a un nivel puramente intelectivo. Como decía un joven sacerdote que luego se convertiría en Pablo VI, declarar quién es Jesús implica, en definitiva, “vivirlo”.
Los miembros de la Iglesia seguimos en el camino de la historia humana. Las dificultades de comunicación no deben apagar el deseo sincero de dar a conocer un tesoro que no es nuestro, sino que viene de Dios y es para todos. También para quienes trabajan en el mundo de la información: si mostrar la verdad es uno de los anhelos principales de todo buen periodista, entonces en la prensa no pueden faltar, en toda su riqueza, el rostro y la voz de Jesucristo y de su Iglesia…