Hay quien piensa que no existen verdades absolutas, sino sólo consensos. El consenso se obtiene con esfuerzo, permite el acuerdo de un grupo de personas sobre un tema concreto, llega a ofrecer quizá definiciones, y vale en tanto en cuanto se mantiene en pie.
Por ejemplo, según algunos muchas sociedades han establecido un consenso sobre la dignidad (o la no dignidad) del embrión humano, de forma que resultaría lícito en esas sociedades usar en experimentos y eliminar embriones si el consenso ha declarado que no merecen ser protegidos.
Este modo de pensar encierra una paradoja extraña. Por un lado, niega que existan verdades absolutas. Por otro, afirma como verdades (provisionales, pero verdades) las obtenidas desde el consenso. Además, añade que tales verdades dejan de valer cuando cae el consenso. Pero entonces, ¿en qué consenso se basa la idea de que sólo el consenso ofrece verdades provisionales, y que tales verdades no son absolutas?
En otras palabras, afirmar que el consenso es la fuente de verdades relativas, ¿es una afirmación absoluta o relativa? Si es absoluta, al menos hay una verdad que vale más allá del consenso. Pero entonces se destruye la idea de que sólo son verdaderas aquellas proposiciones obtenidas por el consenso, pues habría una frase que valdría más allá del consenso y que permitiría dar valor al consenso.
Estas reflexiones muestras una de las contradicciones continuas de ciertos relativismos. Quien dice que todo es relativo afirma algo que ya no es relativo, sino absoluto. Quien dice que el consenso es la única fuente de saberes válidos afirma algo que precede al consenso y que permite al mismo consenso tener cierta “fuerza” en la vida social.
En realidad, los seres humanos suponemos que miles de cosas son como son más allá del consenso. Que el fuego calienta no depende de si se ponen o no se ponen de acuerdo los expertos: basta con acercar la mano al fuego para constatar el hecho en su sencilla y “fuerte” verdad absoluta.
Por eso mantiene una actualidad sorprendente aquel modo de pensar de Aristóteles, para el cual los hechos se imponen a cualquier razonamiento o, en palabras más cercanas, a cualquier consenso. Porque un embrión humano sigue siendo valioso aunque un consenso diga lo contrario. Por eso también, más allá de los consensos frágiles, la justicia y la bondad tienen un valor absoluto, porque se basan en principios que valen para todos los hombres, para todos los pueblos y en todos los tiempos.