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Don José Guadalupe, un pastor extraordinario

No es excesiva la afirmación con la que iniciamos esta entrega. Don José Guadalupe Martín Rábago, Arzobispo de León, es de ese tipo de seres humanos que la Providencia lleva a un lugar determinado, para que ahí, se ejerza una misión específica.

Nuestro Arzobispo no sólo es quien encabeza un espacio y un territorio físico que comprende la geografía diocesana y el mapa pastoral de necesidades, fortalezas, carencias y necesidades de su feligresía.

Si intentásemos bosquejar, un poco, los atributos del perfil pastoral de nuestro padre Arzobispo, tendríamos que formular algunas aseveraciones importantes para quienes formamos parte de la comunidad que él encabeza.

UN PADRE PARA TODOS

Don José Guadalupe ha sido un padre para todos nosotros; aún, para aquellos que se han empeñado en negarlo, en emplear grandes dosis de rumorología y calumnias en su contra. Me parece que su pectoral ha sido, a la vez, escudo y protección; compañero de batallas y silencios; aliado en momentos de sufrimiento y esperanza.

Un padre que ha estado pendiente, momento a momento, escuchando y atendiendo de manera solícita y especial, particularmente, a quienes han sido excluidos del progreso material y el desarrollo espiritual.

Ha estado al lado de los enfermos y los niños, de las madres que hoy también juegan el papel de dos. Su predilección siguen siendo los jóvenes con quienes reza y canta; con “sus” jóvenes, que se inundan de sol y de cansancio el cuerpo, para llevar un corazón repleto de alegría y ponerlo a los pies de Cristo Rey en el Cubilete.

Un padre para sus curas, seminaristas, hombres y mujeres consagrados. Con un cariño singular por aquellos que se forjan el alma en el crisol del Seminario.

UN PASTOR DANDO TESTIMONIO

Siguiendo a San Pablo, don José Guadalupe, desde siempre, ha dado testimonio “a tiempo y a destiempo”; como si de alguna forma, hubiese aceptado el desafío evangélico para hacer vida aquel “¡hay de mí si no evangelizare!”.

Los ha hecho siempre, pero se hizo evidente este carisma tan suyo, cuando una mente asesina y una mano mercenaria, acabaron con la vida del Cardenal Posadas Ocampo. Él estuvo ahí.

Sólo él recuerda cada momento de dolor, de impotencia, de insistente perseverancia para aclarar el magnicidio de un Príncipe de la Iglesia. La muerte de un Cardenal que, a tantos años de distancia, las circunstancias y los juegos de palabras, todavía no nos permiten saber a quién tenemos que perdonar.

Todas las veces –aún en medio de aquellos que intentaron involucrarlo en un coloquial “amarre de navajas”- don José Guadalupe ha dado testimonio.

De palabra valiente y oportuna, incisiva e insistente, contundente y llena de paternal ternura, nuestro Pastor ha precisado, ha denunciado, ha reclamado y ha orientado aquellas decisiones que afectan el bien común o que atenta contra la vida y la familia.

Frente al ataque despiadado que, se disfraza de investigación noticiosa, don José Guadalupe no se ha arredrado. Precisa, puntualiza, reconoce el fondo de los temas que originan la controversia, pero siempre ha dejado un luz de esperanza, para que –como se señala en la Caritas in Veritate- continúe vigente el Evangelio y la fe en Jesucristo redentor.

Así ha sido el testimonio de nuestro Arzobispo; delante de sus hijos fieles a la Barca de Pedro, o de cara a los principales detractores de la fe, de la Iglesia o de la jerarquía; de los católicos vergonzantes y de los enemigos declarados que buscan la fotografía al lado de él en el periódico, como tratando de engañar a los demás o disfrazar una especie de doble vida.

LA PEDAGOGÍA DEL PASTOR

Sin duda, tenemos que aprender de la devoción mariana de nuestro Pastor; de su sencillez y su firmeza; de su testimoniar de cada día y de su amor por cada uno de sus feligreses.

Han sido quince años de esa enseñanza directa. “Por sus frutos los conoceréis”, dice la Palabra de Dios. Y los frutos de nuestro Pastor han sido generosos y abundantes.

Al lado del salmista es necesario reiterar nuestra gratitud a la Providencia por habernos dado a un Pastor como don José Guadalupe: “¡Qué grande es Dios, estemos alegres!