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La humildad de Benedicto XVI

La renuncia anunciada por el Papa Benedicto XVI marca un contraste más con su predecesor. Aunque acepta que en el dolor y el sufrimiento también se sirve a la Iglesia, como ocurrió en el caso del beato Juan Pablo II, él percibe que tanto la Iglesia como el mundo requieren de un Papa fuerte, capaz de enfrentar la difícil problemática de nuestro tiempo.

Para muchos, el gesto del Papa lo es de humildad. Sin embargo, un amigo me hacía reflexionar ayer acerca de dónde se manifestó la humildad del Cardenal Joseph Ratzinger, hoy Benedicto XVI, y reflexionándolo comparto su opinión. El gran gesto de humildad consistió en la aceptación del pontificado, a pesar de que no era un cargo deseado o buscado por él, cuando ya se preparaba a retornar a sus libros y de forma tan abrumadora fue elegido para asumir la sucesión de San Pedro.

La elección del Cardenal Ratzinger, aunque lógica, era inesperada. Como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, había encontrado numerosos enemigos, tanto dentro como fuera de la Iglesia. El apelativo de “panzer Cardinal” lo muestra claramente. Si era así al servicio de Juan Pablo II, ¿qué podía esperar como Pontífice? La única respuesta que se me ocurre es, una pesada cruz. Y así ha sido.

Las críticas no esperaron después de su elección. Curiosamente, los mismos enemigos de Juan Pablo II, sobre todo en los medios de comunicación, no tardaron en usar la figura de éste para contrastarlo con Benedicto XVI y decir que no tenía sus cualidades, su carisma, su fuerza y su impacto. Efectivamente, no se trataba de una copia al carbón, pues cada uno es cada cual, pero se equivocaron en muchos puntos de su diagnóstico, y es que a esos analistas les falta un elemento esencial para ver al sucesor de Pedro: la fe.

Este fenómeno se repite continuamente. Recuerdo los temores de quienes pensaban que en su visita a México no tendría el arrastre del Papa Mexicano. Se equivocaron de punta a punta. Ellos olvidan que ni con Juan Pablo II, ni con Benedicto XVI se acude ante el hombre, sino ante el Vicario de Cristo, quien actúa en su nombre, representación y su poder aquí en la tierra. Sabíamos ya más de Benedicto XVI que de Juan Pablo II cuando nos visitó por primera vez, pero a quien acudimos a recibir, vitorear y escuchar, fue al Papa y punto.

Sin duda, al aceptar el Pontificado, Benedicto XVI se veía como un Papa de transición, con un breve pontificado, al modo que fueron Juan XXIII y Juan Pablo I. Se sabía blanco de críticas y de muchos enemigos en la misma curia y fuera de ella. Así que su aceptación de la Cátedra de Pedro, fue un acto de humildad que se me ocurre pudiera parecerse al de Nuestro Señor cuando fue abofeteado, coronado de espinas y motivo de sarcasmo por parte de la soldadesca romana. Sin embargo, asumió el cargo con la sencillez de su persona, con sus doctos conocimientos y su entrega total.

Desde un principio advirtió que no podría ser el Pontífice itinerante al estilo de su predecesor, pero no por ello renunció al acercamiento con su rebaño. Particularmente impactantes fueron sus encuentros con la juventud en las Jornadas instituidas por su predecesor. En esos encuentros, en sus viajes y en las audiencias en el Vaticano, salió relucir el “carisma cetrino”, si así puede llamarse, y lejos de alejar a los fieles, se multiplicaron los que le vitoreaban.

De este modo, el sacerdote, el teólogo perito en el Concilio Vaticano II, el obispo, el cardenal, el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y el Papa ha cubierto un ciclo personal que, de acuerdo con lo que se ha dicho, concluirá con la clausura de un monje. Siempre al servicio de la Iglesia.

Nos hereda tres encíclicas que revelan el sentido de su magisterio: Deus caritas est (2005), Spe Salvi (2007) y Caritas in Veritate (2009). Y particularmente llama la atención que su renuncia se produzca en el Año de la Fe, convocada en el documento complementario a las tres encíclicas, Porta Fide, con lo cual ha abordado con gran profundidad las tres virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad. Y qué decir de la trilogía sobre nuestro Señor Jesucristo, con la cual ha salido al paso de quienes han deformado la figura de Nuestro Señor. Esta obra ha sido una expresión más de su humildad, la ha firmado como Jospeh Ratzinger, ha dicho que no se trata de un magisterio pontificio y la ha puesto a consideración de la Iglesia. Y no faltó quien disintiera de ella.

Finalmente quiero enfatizar en su advertencia acerca de la “hermenéutica de la ruptura” acerca del Concilio Vaticano II, es decir, las interpretaciones que han querido echar por la borda la tradición y magisterio de la Iglesia antes del Concilio, para dar paso a una “nueva Iglesia”, y nos ha reiterado que el Concilio, si bien es una renovación, se debe de interpretar desde la hermenéutica de la continuidad.

¡Gracias Benedicto XVI! Que Dios te bendiga y ruega por nosotros.