Iniciamos una serie de artículos para acercarnos con amor y respeto a lo que podríamos llamar el legado teológico de Joseph Ratzinger-Benedicto XVI y así “… redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo” (Porta Fidei, 2).
Para este propósito conoceremos en primer lugar una obra publicada en alemán en el 2006 y a su vez publicada en español el año 2012, intitulada “El Credo, Hoy”.
El preámbulo es sugerente: ante la pérdida del sentido de la vida, el Papa Emérito nos ofrece el sentido de ser cristiano con su incuestionable esencia: por encima de todo, el amor. ¿Por qué el amor? Hace referencia a un relato originario del judaísmo tardío del tiempo de Jesús a través del cual se cuenta la historia de un pagano que ofrece convertirse al judaísmo si le explica el contenido de esta fe en el lapso del tiempo transcurrido mientras está en un solo pie. El primer entrevistado es el rabí Samay el cual piensa que todas las partes de la Torá (el Pentateuco) son esenciales para la salvación y por eso su negativa; su oponente, el rabí Hilel no encontró obstáculo alguno y simplemente le respondió: “No hagas a tu prójimo lo que a ti te fastidia. Esta es toda la ley. Todo lo demás es interpretación”. Si este planteamiento se hiciera hoy a un sabio teólogo cristiano y se le pidiera que en cinco minutos explicara la esencia del cristianismo, todos los profesores le señalarían la imposibilidad. Sin embargo, Jesús de Nazareth interrogado por un rabí (Mt 22, 35-40), le señaló que del mandamiento del amor a Dios y al prójimo penden la Ley y los Profetas. Aquí se contiene todo lo que el Señor exige. Quien ama, es cristiano y tiene todo. Ante el juicio final, no seremos examinados sobre la profesión de fe dogmática, sino solamente sobre el amor. (Mt 25, 31-46). Amar en el sentido de Cristo, significa entrar en el camino de Cristo; realizar el giro copernicano de modo que nos dejemos de considerar el punto central del mundo y más bien entender que las criaturas de Dios se mueven en torno a El, quien es su centro.