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Francisco y el Juicio Final

En su catequesis de la Audiencia General celebrada el pasado miércoles 24 de abril, el papa Francisco reflexionó sobre un tema al que en muy pocas ocasiones suele referirse un Romano Pontífice: el retorno de Cristo y el Juicio Final.

En efecto, Francisco se refirió a tres textos del Evangelio que ayudan a entrar en el misterio de una de las verdades –poco conocidas y explicadas- que se profesan en el Credo: que Jesús ha de regresar al mundo, revestido de su gloria, “para juzgar a los vivos y a los muertos”. Los tres textos forman parte del discurso escatológico de Jesús acerca del final de los tiempos en el Evangelio de san Mateo, y son: la parábola de las diez vírgenes, la de los talentos y el juicio final.

El Papa habló de un “tiempo inmediato”, entre la primera venida de Jesús y la última. Es el tiempo en el que vivimos y en el que se coloca la parábola de las diez vírgenes que esperan al Esposo, pero como tarda en llegar se duermen. Cinco de ellas, sabias, tienen aceite para encender sus lámparas cuando el Esposo llega de improviso; las otras, las necias, no lo tienen y mientras lo buscan, ya ha comenzado la fiesta nupcial y la puerta para entrar al banquete está cerrada para ellas. El Santo Padre explicó que “El Esposo es el Señor, y el tiempo de espera de su llegada es el que nos otorga, con misericordia y paciencia, antes de su venida final: un tiempo de vigilancia, en que debemos mantener encendidas las luces de la fe, de la esperanza y la caridad; mantener nuestros corazones abiertos a la bondad, la belleza y la verdad; un tiempo de vivir de acuerdo a Dios porque no sabemos ni el día ni la hora del regreso de Cristo. Lo que se pide de nosotros es estar preparados para el encuentro, lo que significa ser capaces de ver los signos de su presencia, de mantener viva la fe con la oración y los sacramentos, de estar atentos para no dormirnos ni olvidarnos de Dios. La vida de los cristianos que se duermen es una vida triste, no es una vida feliz. El cristiano tiene que ser feliz, sentir la alegría de Jesús”.

La segunda parábola de los talentos se refiere a la relación entre cómo usamos los dones recibidos de Dios y su regreso, cuando nos preguntará cómo los hemos utilizado. El Papa explicó que “la espera de la venida del Señor es el momento de la acción, de aprovechar los dones de Dios, no para nosotros mismos, sino para Él, para la Iglesia, para otros; el tiempo para buscar que siempre crezca el bien en el mundo. Y sobre todo ahora, en este tiempo de crisis, es importante no encerrarse en sí mismos, enterrando el propio talento, las propias riquezas espirituales, intelectuales, materiales… hay que abrirse, ser solidarios, preocuparse por los demás”.

Finalmente, el Santo Padre se refirió al relato del Juicio Final que narra la segunda venida del Señor, cuando juzgará a todos los seres humanos.  Al respecto explicó que “a su derecha estarán los que han actuado de acuerdo a la voluntad de Dios, ayudando al hambriento, al sediento, al extranjero, al desnudo, al enfermo, al encarcelado; siguiendo así al Señor mismo. A su izquierda estarán los que no han socorrido al prójimo. Esto nos dice que seremos juzgados por Dios en la caridad, según cómo lo hemos amado en los hermanos, especialmente en los más débiles y necesitados”. Francisco hizo notar que “estamos salvados por la gracia, por un acto gratuito de amor de Dios, que siempre nos precede; nosotros solos no podemos hacer nada. La fe es ante todo un don que hemos recibido. Pero para dar fruto, la gracia de Dios siempre requiere nuestra apertura a Él, nuestra respuesta libre y concreta. Cristo viene a darnos la misericordia de Dios que salva. A nosotros se nos pide que confiemos en él, para responder al don de su amor con una vida buena, hecha de acciones animadas por la fe y el amor”.

Al término de su catequesis, el Papa afirmó: “No temamos nunca el juicio final, al contrario, nos debe empujar a vivir mejor el presente. Dios nos ofrece con misericordia y paciencia este tiempo para que aprendamos cada día a reconocerlo en los pobres y los pequeños, para que nos comprometamos con el bien y estemos vigilantes en la oración y el amor. Y que el Señor, al final de nuestra existencia y de la historia, nos reconozca como siervos buenos y fieles”.

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