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La homosexualidad y la teología del cuerpo (I)

El 10 de mayo de 2013, se publicó una noticia que informa que diferentes encuestas revelan que la mayoría de los jóvenes hoy, aun los que se identifican como cristianos, no tienen problemas con el “matrimonio homosexual”.

Si los jóvenes de hoy saben algo acerca de lo que la Iglesia Católica enseña sobre el matrimonio y la sexualidad humana, lo que ellos creen saber es a menudo solamente una caricatura de la verdad. Consideran que dicha enseñanza es simplemente un conjunto de prohibiciones que los hombres han establecido. Pero lo que la Iglesia en realidad presenta es una visión de la belleza del matrimonio como la unión sagrada entre un hombre y una mujer, que se han comprometido de por vida y que están abiertos a la transmisión de nuevas vidas humanas. Ante esta visión, el “matrimonio homosexual” es una contradicción en términos, cuyo sentido es similar al de un “círculo cuadrado”.

El “matrimonio homosexual” ha sido presentado al público como una cuestión de justicia. Pero la peor forma de inequidad es intentar igualar cosas que no son iguales. Los mismos líderes del movimiento homosexual han confesado que su promoción del “matrimonio entre personas del mismo sexo” es un medio para destruir la institución del matrimonio. En el 2008, en un congreso homosexual, llamado “National Conference on Organized Resistance” (“Congreso Nacional para la Resistencia Organizada”, traducción libre), había un afiche con un letrero que decía: “El matrimonio es el proverbial edificio en llamas. En vez de golpear la puerta para poder entrar… ¡los homosexuales deben avivar las llamas!

Lamentablemente, en EEUU, el concepto del matrimonio se ha empobrecido a causa de los amargos frutos de la revolución sexual: el divorcio express, la cohabitación, la anticoncepción, la esterilización y el aborto. A raíz de ello surgen las preguntas: ¿cuál es, entonces, el problema con cambiar la definición del matrimonio para acomodarla a las parejas del mismo sexo? ¿Estamos siendo “injustos”?

El Beato Juan Pablo II reflexionó sobre el amor, la naturaleza de la persona humana, el matrimonio como vocación y el significado del cuerpo en una serie de catequesis desde 1979 hasta 1984 durante sus audiencias de los miércoles, a las cuales llamó “La teología del cuerpo”.

En relación con el matrimonio, Juan Pablo II se refirió a la enseñanza de Nuestro Señor. Cuando a Jesús le preguntaron acerca del matrimonio y el divorcio, se refirió al comienzo, al propósito original que  Dios tenía para el matrimonio:

“¿No habéis leído que el Creador, desde el comienzo, los hizo varón y mujer, y que dijo: Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne? De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el hombre” (Mateo 19:4-6).

El Papa Juan Pablo II se dio cuenta de que a la raíz de la actual división cultural hay una confusión acerca de la naturaleza de la persona humana. En la actualidad, hay dos corrientes de pensamiento que compiten entre sí. Una concibe al hombre como el resultado de un proceso ciego de desarrollo evolutivo. La otra dice que el hombre ha sido creado por Dios a su imagen y semejanza y que por ello el hombre tiene un origen y un destino sobrenaturales. La primera ideología considera que el hombre es simplemente, en el mejor de los casos, un poquito mejor que un animal de corral, pero fundamentalmente incapaz de controlar sus impulsos. La segunda doctrina considera que el hombre es capaz de disciplinarse y de amar.

¿Acaso no es cierto que toda persona mentalmente sana desea amar y ser amada? También es cierto que a menudo la gente busca el amor en los lugares equivocados. En el caso particular de los pecados de carácter sexual, los hombres buscan satisfacer un deseo natural que Dios nos ha dado para llevar a cabo su plan de amor. Pero, muchas veces nuestros deseos están distorsionados debido al pecado original y, por ello, debido a nuestra tendencia a ser egoístas.

Todo amor viene de Dios. Cristo le revela el hombre al hombre mismo. Le muestra su dignidad y le enseña a amar. Al amar a los demás nos liberamos de nuestra tendencia egoísta.

Más aún, el cuerpo humano fue creado por Dios. Dios creó la sexualidad como una hermosa demostración física del amor entre los esposos. La sexualidad es parte de la creación original que Dios dijo que era muy buena (véase Génesis 1:31). Cualquier prohibición en relación con la sexualidad tiene el propósito de proteger el plan original de Dios para el matrimonio, la sexualidad y la vida familiar.

No somos simples “fantasmas dentro de unas máquinas”, como algunos filósofos y estrellas del pop pretenden hacernos creer. Somos al mismo tiempo seres de cuerpo y alma. Ello tiene profundas implicaciones en cuanto a quiénes somos y a cómo nos relacionamos. Debido a que los seres humanos son un compuesto de cuerpo y alma, podemos expresarnos espiritualmente a través del cuerpo. En consecuencia, la sexualidad nunca es una realidad puramente biológica. Hay un lenguaje que se expresa a través de la sexualidad. Ese lenguaje dice “te amo y me entrego a ti sin reservas, me comprometo contigo para toda la vida, me abro a la posibilidad de tener hijos contigo”. En realidad, las relaciones sexuales antes del matrimonio son una mentira. El lenguaje del cuerpo de los esposos dice “me entrego a ti completamente”, pero en el caso de las relaciones sexuales prematrimoniales, los participantes no están dispuestos a comprometerse mutuamente como lo exige este amor.

Por ello es que, lejos de denigrar la sexualidad, la Iglesia Católica enseña que las relaciones sexuales dentro del matrimonio de hecho son santas. Es más, siguiendo a Cristo, la Iglesia considera el matrimonio un sacramento. El Catecismo de la Iglesia Católica dice: “La alianza matrimonial, por la cual el hombre y la mujer constituyen entre sí un consorcio para toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, fue elevada por Cristo Nuestro Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados” (no. 1601). No hay nada de “injusto” en rendir el debido honor a esta alianza.

A través del amor cristiano que se da y se recibe, Dios da a los esposos una participación en Su misma vida divina y les ayuda a crecer en la gracia y la madurez espiritual. La intimidad física que está abierta a la vida se convierte en signo y compromiso de comunión espiritual.

 

Por el Padre Peter West
Vicepresidente para las Misiones de VHI

 

En la segunda parte, el Padre West abordará el tema de las implicaciones de estas verdades acerca del hombre, la mujer y el matrimonio.