Dios tiene muchos caminos. Y todos llevan a Él.
Por lo general nos presenta diferentes opciones y nosotros decidimos cuál transitar.
Todavía recuerdo cuando dejé de trabajar para dedicarme a escribir estos libros y fundar nuestra editorial, Ediciones Anab. Fue una decisión difícil, sobre todo cuando tienes familia. Pero yo quería confiar en Dios y en aquella promesa del salmo 126: «Es inútil que madruguéis, que veléis hasta muy tarde, que comáis el pan de vuestros sudores: ¡Dios lo da a su amigos mientras duermen!».
Quería ser de esos que conocen lo que es la Providencia, que viven tranquilos bajo el amparo de Dios. Queríamos dar esperanza con nuestros libros.
Pero no ha sido fácil. No es algo que llega de la noche a la mañana. Me faltaba descubrir quiénes son los amigos de Dios, cómo podía serlo también.
Mientras tanto iba a las parroquias con mis libros. “Por ser una Editorial Católica, todos me ayudarán”, pensé. “Se volcarán a darme una mano y una voz de aliento”. Pero las personas pasaban frente a mí apurando el paso para entrar a Misa. Y no volteaban a ver.
Una noche, al ver esto, mi hermano se molestó. Pidió hablar al terminar la misa y les cuestionó a todos su forma de actuar. “¿Qué nos pasa?”, les preguntó, y les contó lo que estábamos haciendo, el motivo de nuestras inquietudes. Y todos salieron dispuestos a darnos la mano.
Con los años me di cuenta que el verdadero apoyo, el único que te hace avanzar y recorrer nuevos caminos, es el de Dios. Si caminas a su lado, haciendo lo que a Él le agrada, serás su amigo y siempre te irá bien. No importan las dificultades que enfrentes, Dios irá contigo.
Hoy, junto a mi familia, editamos narrativa con valores, libros de bolsillo que se encuentran presentes en más de 10 países.
Con el camino recorrido, puedo darme el tiempo para recordar y reflexionar.
Al rato de haber empezado este apostolado, recibí tres donaciones importantes, que me permitieron seguir y llegar a donde estamos. Es algo muy interesante y te mueve a pensar.
La primera fue de un amigo Evangélico. Cuando le conté lo que hacía, sacó un fajo grueso de billetes y lo colocó sin pensarlo en el bolsillo de mi camisa. “Es mi ofrenda”, dijo sonriendo, mientras palmeaba mi hombro. “No te desanimes que vas bien”.
La segunda donación fue de una Hebrea, mi tía Vera quien me envió dinero diciéndome: “No te compro tus libros porque somos hebreos, pero tu tío Geoffrey y yo te queremos mucho y nos parece muy bonito lo que haces”.
La tercera llegó de una manera especial, inesperada. Una persona (nunca supe quién fue) miraba mi página en Internet y de pronto sintió una voz interior que le urgió: “Ayuda a ese muchacho”. Me envío con una gran amiga, Alina Mattos, una donación en Euros, que en ese momento necesitaba con urgencia para pagar unas portadas a la imprenta. Era el dinero justo, en el momento justo.
Así son las cosas de Dios.
Vivimos de la Providencia, al amparo de Dios y no dejamos de crecer.
¿Valió la pena? Sí…. Lo sé por experiencia. Todo lo que se hace por Dios vale la pena. Dios no se deja ganar por nadie en generosidad.
Haz la prueba y lo verás.
Para conocer más de la Ediciones Anab visita www.edicionesanab.net