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Evangelii Gaudium

La Exhortación apostólica que presentó el papa Francisco el domingo 24 de noviembre, fiesta de Jesucristo Rey del Universo y en el marco de la clausura del Año de la Fe, es el resultado de la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que sobre el tema “La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana” se celebró de 7 al 28 de octubre de 2012 bajo el pontificado de Benedicto XVI. Es un documento estructurado en cinco capítulos y 288 párrafos en más de 200 páginas. Presento, en seguida una selección de textos:

I) La transformación de la Iglesia: Ya no nos sirve una simple administración. Constituyámonos en todas las regiones de la tierra en un estado permanente de misión. La reforma de estructuras exige una conversión pastoral más expansiva y abierta. También debo pensar en una conversión del papado. Me corresponde, como Obispo de Roma, estar abierto a las sugerencias que se orienten a un ejercicio de mi ministerio que lo vuelva más fiel al sentido que Jesucristo quiso darle y a las necesidades actuales de la evangelización. Una excesiva centralización complica la vida de la Iglesia y su dinámica misionera.

II) En la crisis del compromiso comunitario: Es preciso esclarecer aquello que pueda ser un fruto del Reino y también aquello que atenta contra el proyecto de Dios.

No a una economía de la exclusión que considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. No a la nueva idolatría del dinero que reduce al ser humano al consumo. No a un dinero que gobierna en lugar de servir. Que la economía y las finanzas recuperen una ética en favor del ser humano. No a la inequidad que genera violencia. Sí al desafío de una espiritualidad misionera. No a la guerra entre nosotros.

Los laicos son la mayoría del Pueblo de Dios. A su servicio está la minoría de los ministros ordenados. El sacerdocio reservado a los varones, como signo de Cristo Esposo que se entrega en la Eucaristía, es una cuestión que no se pone en discusión, pero puede volverse particularmente conflictiva si se identifica demasiado la potestad sacramental con el poder.

III) El anuncio del Evangelio: Todos estamos llamados a crecer como evangelizadores. Procuremos una mejor formación, una profundización de nuestro amor y un testimonio más claro del Evangelio. Debe procurarse que la predicación del Evangelio, expresada con categorías propias de la cultura donde es anunciado, provoque una nueva síntesis con esa cultura. Renovemos nuestra confianza en la predicación, que se funda en la convicción de que es Dios quien quiere llegar a los demás a través del predicador y de que Él despliega su poder a través de la palabra humana.

IV) La dimensión social de la evangelización: De nuestra fe en Cristo hecho pobre, y siempre cercano a los pobres y excluidos, brota la preocupación por el desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad. El corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres, tanto que hasta Él mismo se hizo pobre. Para la Iglesia la opción por los pobres es una categoría teológica antes que cultural, sociológica, política o filosófica. Entre esos débiles, que la Iglesia quiere cuidar con predilección, están también los niños por nacer, que son los más indefensos e inocentes de todos, a quienes hoy se les quiere negar su dignidad humana en orden a hacer con ellos lo que se quiera, quitándoles la vida y promoviendo legislaciones para que nadie pueda impedirlo. No es progresista pretender resolver los problemas eliminando una vida humana. La paz se construye día a día, en la instauración de un orden querido por Dios, que comporta una justicia más perfecta entre los hombres. Una actitud de apertura en la verdad y en el amor debe caracterizar el diálogo con los creyentes de las religiones no cristianas, a pesar de los varios obstáculos y dificultades, particularmente los fundamentalismos de ambas partes.

V) Evangelizadores con espíritu: La primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido, esa experiencia de ser salvados por Él que nos mueve a amarlo siempre más. Si no sentimos el intenso deseo de comunicarlo, necesitamos detenernos en oración para pedirle a Él que vuelva a cautivarnos. El verdadero misionero, que nunca deja de ser discípulo, sabe que Jesús camina con él, habla con él, respira con él, trabaja con él. La fe es también creerle a Él. María es la que sabe transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura.

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