El domingo pasado hemos concluido el Tiempo de Navidad con la fiesta del Bautismo de Jesús, siendo ya joven adulto, de 30 años, y a punto de iniciar su vida pública.
Esta fiesta nos hace rememorar nuestro propio bautismo. Por esa razón el Papa suele bautizar algunos niños y nada menos que en la solemne Capilla Sixtina. Celebración que, así, es enmarcada por las grandiosas pinturas en techo y muros de artistas ilustres, sobre todo Miguel Angel.
En dicha celebración, el Papa Francisco ha valorado a cada niño bautizado como un prodigio de la fe, como un anillo de la cadena de la fe: el que es bautizado, años más tarde traerá otro niño a bautizar. La fe es el mejor regalo, la mejor herencia que se puede dar a los hijos.
Yo reconozco el aprecio que se tiene al bautismo y demás sacramentos en muchas familias. Es bueno tomar en cuenta las palabras del Papa, celebrando el tesoro de la fe como la mejor herencia a los hijos, mucho más que lo material.
De hecho el regalo de la fe ayuda a redimensionar otros regalos, en lo material, afectivo, intelectual.
Con la luz gozosa de la fe, contemplamos agradecidos y motivados la presencia de Dios constantemente a lo largo del día y dondequiera que estemos.