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Justicia e inmortalidad del alma

¿Hay algo para quienes mueren tras haber sufrido graves injusticias nunca reparadas? ¿Tiene sentido una vida destruida por la fuerza de poderosos sin escrúpulos? ¿Vale la pena actuar éticamente si luego todo termina con la sepultura?

Son preguntas que surgen desde lo más íntimo de nosotros mismos. Percibimos que algo está mal si un hombre o una mujer mueren sin haber sido compensados por las injusticias padecidas, y si un criminal recibe premios y alabanzas durante años antes y después de su fallecimiento.

Las preguntas, entonces, desembocan en una más radical: ¿puede haber verdadera justicia si negamos la inmortalidad el alma?

No nos satisface la respuesta según la cual la historia, tarde o temprano, condena a los malos y enaltece a los buenos. Porque incluso después de siglos hay malos cuyos monumentos brillan en lugares destacados del planeta y reciben alabanzas de reconocidos historiadores, y hay buenos que fueron aplastados por los opresores y que yacen completamente en el olvido.

Por eso, tiene que haber algo tras la muerte que condene los delitos de quien fue injusto y que premie la vida de los inocentes. Ese “algo” resulta posible si nuestras almas son inmortales, y si existe un Juez justo que premia a los buenos y castiga a los malos.

Décadas de ateísmo militante y de materialismos más o menos agresivos han puesto en duda la idea de la inmortalidad del alma y de una justicia tras la muerte, han excluido a Dios de cualquier relación con las acciones humanas. Pero entonces, ¿hay que considerar absurda la muerte de millones de inocentes aplastados por los poderosos? ¿No habrá un castigo para esos criminales que incluso son alabados en importantes libros de historia que giran por nuestras universidades?

El amor a la justicia nos lleva a admitir que todos, grandes o pequeños, ricos o pobres, del Norte o del Sur, vamos a ser pesados por nuestras obras. Quien se haya cerrado al bien, al perdón, a la verdad, será rechazado. Quien se haya abierto a esos valores gozará de una vida eterna compartida con Dios y con los justos.