Estos son los dos puntos fundamentales que debemos tener presentes este domingo:
La ascensión de Jesús al cielo y el mandato de evangelizar.
Empezamos meditando la oración colecta del día:
“Concédenos, Dios todopoderoso, exultar de gozo y darte gracias en esta liturgia de alabanza, porque la ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra victoria, y donde nos ha precedido Él, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también nosotros como miembros de su cuerpo”.
Y si comentamos el prefacio, uniendo los dos especiales que tiene la liturgia, encontramos estos pensamientos:
“Jesús después de su resurrección se apareció visiblemente a todos sus discípulos y, ante sus ojos, fue elevado al cielo para hacernos compartir su divinidad… Él habiendo entrado una vez para siempre en el santuario del cielo, ahora intercede por nosotros como mediador que asegura la perenne efusión del Espíritu”.
Como vemos Él “no se fue para desentenderse de este mundo, sino que ha querido precedernos como cabeza nuestra, para que nosotros, miembros de su cuerpo, vivamos con ardiente esperanza de seguirlo en su reino”.
Es san Lucas el que nos cuenta la ascensión del Señor en el libro de los Hechos de los apóstoles.
En un relato interesante nos cuenta cómo los apóstoles, hasta el final, estuvieron dudando sobre el futuro de Jesús y el Reino aquí en la tierra.
Finalmente Jesús se despide con estas palabras:
“No toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo”.
En ese momento Jesús comienza a elevarse. Lo siguen, impresionados, con su mirada, hasta que unos ángeles los mandan a cumplir el mandato de Jesús.
Y, ¿cuál fue su mandato?
Ante todo debemos tener claro lo que llevamos diciendo y que podemos resumir con estas palabras: nosotros somos parte del cuerpo místico de Cristo.
Él es nuestra cabeza, es decir, lo más importante de nosotros.
Por todo lo que hemos dicho sabemos que Él está en el cielo. Por tanto, es una parte muy importante de nosotros mismos, la humanidad de Cristo, la que goza de la divinidad en la casa del Padre donde nos espera, como Él prometió.
¿Y qué es lo que nos toca hacer a nosotros?
Lo encontramos en el Evangelio de san Mateo en el día de hoy.
A lo mejor no lo has pensado, pero en todo el Evangelio no hay un mandato tan directo ni tan fuerte como el que Jesús dio a los suyos, poco antes de subir al cielo.
Revistiéndose de toda su autoridad, “se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra”, manda a los suyos:
“Vayan y hagan discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que les he mandado”.
Quiero recalcar que es un verdadero mandato de Jesucristo (utiliza el imperativo) y que nosotros no tenemos en cuenta normalmente al hacer nuestros examen de conciencia.
Es cierto que los diez mandamientos de la ley de Dios nos obligan, pero tenemos otros dos fuertes mandamientos del Señor:
“Ámense unos a otros como yo los he amado” y éste: “vayan y hagan discípulos”.
Aunque Él sabía que un poco después iba a ascender al cielo, sin embargo, nos dice también para confirmarnos y fortalecernos: “sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.
Por su parte san Pablo, en su carta a los Efesios, profundiza estas ideas hablándonos de Jesucristo resucitado: “llevado a la derecha del Padre en el cielo por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación… y todo lo puso bajo sus pies y lo dio a la Iglesia como cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo”.
De esta manera podemos entender mejor ahora el mensaje litúrgico de este día:
Jesús, nuestra cabeza, ha resucitado y ascendió glorioso al cielo. Desde allí quiere atraernos a todos para compartir su gloria y felicidad.
Mientras tanto nos deja su mandato: evangelizar.
Y al mismo tiempo nos promete la presencia de su Espíritu que nos acompañará día a día hasta el fin de nuestra vida personal y hasta el fin de los tiempos.
Surgen algunas preguntas en nuestro corazón en estos momentos:
¿Tengo conciencia clara de que Jesús me manda a mí a evangelizar?
¿He pensado en la fuerza de este mandato que Jesús respalda con todo su poder de Dios y de hombre?
¿Pienso que Jesús glorioso es parte de mí, o que yo soy parte de Él, desde el día del bautismo?
Esta debe ser en nuestra vida personal la fuerza más grande para cumplir con la misión que Jesús nos ha confiado a todos.
José Ignacio Alemany Grau, obispo