Home > Análisis > Categoría pendiente > Un nuevo modelo de vida: Adán y Eva del tercer milenio

Un nuevo modelo de vida: Adán y Eva del tercer milenio

Image

Durante mis experiencias, entendí que donde mejor podía servir era en la ayuda a los enfermos terminales.

 

Así como Jesús siguió el modelo de vida de Isaías, todos debemos seguir un modelo de vida que nos ayude a superarnos como seres humanos y a darle un sentido digno a nuestra vida.

Yo decidí seguir el modelo de vida de María, la madre de Jesús. Jesús, el nuevo Adán sin pecado y María, la nueva Eva que respetaba todos los mandatos de Dios.

Decidí entregar mi vida al servicio de los necesitados, los presos y los enfermos terminales.  Durante mis experiencias, entendí que donde mejor podía servir era en la ayuda a los enfermos terminales.

Como parte de un trabajo de investigación, estuve trabajando en hospitales, tratando de vivenciar las reacciones del personal médico ante la muerte de su paciente, y el trato personal que les brindaban a estas personas ante sus enfermedades.

Debo admitir que en el principio de mi investigación, mi percepción de los doctores en medicina = MD (medio dioses, más dinero, medianas divinidades…) no era la mejor a nivel de valores humanos y espirituales.

Pero a medida que pasaba el tiempo, fui cambiando mi visión “preenjuiciada” del Médico. Este primer aprendizaje me lo brindó el Dr. Miguel Echenique, durante varias operaciones oncológicas en las que me permitió participar.  Mi respeto hacia él fue enorme.

Hay de todo tipo de personas, al igual que en cualquier profesión.  Simplemente juzgaba sin darme cuenta de las carencias a nivel de la enseñanza en las Ciencias Médicas. 

A los médicos, se les enseña a vencer la muerte, venciendo las enfermedades.  Y algunos no se dan cuenta de que quien está utilizando sus manos es un poder mucho más grande que el de ellos mismos.

Ya para el momento en que estaba en el Departamento de Trasplantes, mi opinión había cambiado totalmente.   Ahora veo al médico MD = Muchos Dones.

Este día tuve el privilegio de poder observar una cirugía de trasplante.  Una esperanza, de un regalo de vida.

Fui a la sala de operaciones para ver un trasplante de riñón, la paciente estaba dormida, pero aún no había comenzado la cirugía del donante. 

Al entrar en la sala del donante, me encuentro con un hombre joven con los brazos extendidos en forma de cruz y con un rostro que resplandecía con una mezcla de amor y temor.  A pesar de su estado de semi-inconciencia, su voz era dulce y llena de paz.  Lo único que alcancé a decirle fue “que Dios te bendiga por este sacrificio de amor”, pero al terminar mis palabras ya estaba totalmente inconsciente…

Salí de la sala para esperar a que llegara el cirujano y que comenzara la operación.

En el pasillo, tuve el privilegio de conocer al Dr. Santiago Delpin, cirujano a cargo del trasplante a la señora y me dijo que el donante era el hijo de ella.  Las palabras que más me impactaron fue que este era un caso poco visto, ya que la mayoría de los trasplantes eran de padres a hijos; familiares o amigos, a personas más jóvenes.

Este caso, de un hijo varón (que por lo regular le temen más al dolor que las mujeres) donándole un poco más de tiempo a la vida de su madre era muy especial.

Al llegar el cirujano a cargo de extraer el riñón izquierdo del joven, el Dr. Rivé Mora, nos presentamos, dialogamos y entramos en la sala.  Al mirar al muchacho nuevamente, lo que había visto la primera vez era totalmente diferente a lo que estaba viendo en ese momento.

No pude evitar hacer una relación mental entre Jesús dando su vida en la cruz, para la salvación de nuestras almas, y este bello joven dando un pedazo de su vida para la salvación del cuerpo de su madre.

Las cirugías fueron largas y complicadas.  Durante la remoción del riñón, estaba a la expectativa, tensa, sin imaginarme cómo era el procedimiento.  Fue algo muy impresionante.

Al llegar el cirujano que venía a recoger el riñón que iba a colocar en el cuerpo de la mujer, me fui con él para observar la segunda cirugía.  Si la anterior había sido impresionante, esta sobrepasaba toda mi admiración. 

Ver un órgano que ya no tenía ni la forma ni el color de cómo había salido del cuerpo del muchacho, ponerlo dentro del cuerpo de la madre con un cuidado y una dignidad extrema; ¡y ver cómo comenzaba a circular la sangre, la vida, dentro de esta persona nuevamente!

Mientras todos estaban muy pendientes a todos los detalles que estaban realizando, saqué un potecito de agua bendita que tenía en mi bolsillo y con mucho cuidado fui donde estaba el anestesista y levantando lo que le cubría el rostro de la señora, le unté agua bendita haciendo la señal de la cruz en su frente. Me separé de la paciente y comencé a rezar en silencio.

Era algo tan complicado, que estaba segura que no eran las manos del médico quien hacía el trasplante… era un poder mayor.  Sus manos estaban siendo utilizadas, para bien, para el progreso de la ciencia, para la salvación del cuerpo de la señora y para añadir un poco más de tiempo de su peregrinaje en esta vida.  Dios estaba allí, y su presencia se sentía.

En ese momento el Dr. Santiago Delpin, me miró y me dijo: “¿ves ese crucifijo ahí en la pared? No es casualidad, cuento con Él. ” Sólo pude sonreír y contestarle: “Tampoco es casualidad que yo esté rezando”.

No hay casualidades en la vida.  Estábamos todos pensando, en distintas maneras, lo necesario que era tener la ayuda de los dones del Espíritu Santo para realizar una maravilla como esa.

Durante dos semanas, estuve visitando a Adán y a la María del Siglo 21.  Eran personas muy dulces y espirituales.  Tal y como debieron ser Jesús y María frente al sufrimiento, con dudas y temores pero con mucha fe.

Le agradezco a Dios por esta oportunidad que me brindó, y por el crecimiento que esta experiencia tuvo en mí.

Benditos los médicos con tanta humanidad como los que tuve el privilegio de compartir; y benditas las personas que siguen los modelos de vida de aquellos que le dan sentido a nuestro aprendizaje por este mundo. 

Hasta que llegue el momento de salir de nuestra ropa temporal, nuestro cuerpo, y llegar hasta nuestra verdadera morada, no juzguemos a nadie, perdonemos todo, por duro que pueda parecernos.  Hay algo profundamente mayor a este mundo que aún no conocemos, y no vale la pena perder el tiempo en cosas materiales sin importancia, ni en problemas económicos.

Ayudemos a los que nos necesitan, amemos a los que nos rodean y eso nos hará llegar a sentirnos realizados en todos los aspectos de nuestra vida.  Nuestra recompensa: Dios la proporcionará, Él nos espera.

Ahora nos toca a nosotros escribir nuestra propia historia de salvación.

Mucha paz, amor y armonía para todos.