La expansión del cristianismo solo se explica por causas sobrenaturales, pues la reacción del imperio romano hacia los cristianos consistió en desplegar su poderío militar y legislativo para erradicarlos por completo.
Diez emperadores romanos lanzaron persecuciones contra cristianos: Nerón, del año 65 al 68; Domiciano, del 81 al 96; Trajano, del 98 al 117; Marco Aurelio, del 161 al 180; Septimio Severo, del 193 al 211; Maximiano, del 235 al 238; Decio, del 249 al 251; Valeriano, del 253 al 260; Aureliano, del 270 al 275 y Diocleciano, del 284 al 305. Siempre encontraron algún motivo para perseguirlos, como atestigua Tertuliano en sus Apologías: “Si el Tíber se desborda, si el Nilo no sube para regar los campos, si no llueve, si hay un terremoto, si se extiende el hambre, si viene una epidemia, inmediatamente… los cristianos a los leones”.
Durante tres siglos se enfrentaron dos ejércitos: el más poderoso del mundo contra hombres desarmados, mujeres y niños; y al final de esta lucha, Roma fue vencida. Dios lo permitió para demostrar que la Fe en Jesucristo es superior a toda fuerza humana, por lo que san Agustín sostiene que “el Cristianismo se expandió con milagros o sin milagros. Si se expandió con milagros, es señal que fue obra de Dios. Si se expandió sin milagros, éste fue el mayor milagro de todos”.
En aquel tiempo en que se calculaba que las legiones romanas acabarían rápidamente con los cristianos, la Legión era la base del ejército romano; una legión la integraban 5,120 mílites. Al mando había un Legado, siete oficiales y 59 centuriones. Un ejército estaba compuesto por cuatro legiones; y en toda esta estructura militar, que no fue capaz de derrotar a los cristianos, algunas legiones se hicieron cristianas a su vez. Son las tres famosas Legiones Romanas Cristianas:
-Legión Fulminante.- En el año 174, el emperador Marco Aurelio dirigió una expedición contra el Quadi. Su ejército estaba a punto de caer ante los Bárbaros. Los soldados de la XII Legión -integrada por cristianos- imploraron a Dios, y luego de su oración, varios relámpagos y truenos aterrorizaron y dispersaron a los enemigos. Tras el prodigio, el emperador emitió un decreto mediante el que prohibía toda persecución contra cristianos, y le dio a la XII Legión el nombre de “Fulminata” o “Fulminea”, esto es, “Atronadora”. La escena se representó en una moneda que mandó acuñar el emperador y en la Columna Antonina de Roma.
-Legión Tebana.- En el año 286, un 22 de septiembre, esta legión, integrada por cristianos reclutados en Tebas, fue decapitada por orden del emperador Maximiano, quien había convocado a una ceremonia que incluía un ritual de culto divino al emperador y el sacrificio de un esclavo. Como los cristianos se rehusaron a participar, Maximiano ordenó diezmar la legión decapitando a uno de cada diez hombres. El resto de la legión permaneció inflexible y ordenó una segunda ronda de ejecuciones. Esta segunda masacre provocó que todos los demás entregaran su vida por Cristo.
-Legión del Trueno.- En el año 320, el gobernador romano de Sebaste, Armenia, ordenó a 40 mílites que presentaran ofrendas a dioses romanos o serían degradados y castigados, pero como eran cristianos se negaron mostrando su fe en Cristo-Jesús. El gobernador, temeroso de que se “contaminara” el resto de la legión, primero les ofreció dinero con honores militares y luego los amenazó con torturas, pero uno de ellos –Cándidus– en nombre de todos expresó: “Nada nos es más sagrado o digno de mayor honra que Cristo, nuestro Dios. Usted nos ofrece dinero, que al morir se queda; y nos ofrece gloria, que se desvanece; quiere hacernos amigos del emperador, pero para serlo debemos volverle la espalda al verdadero Rey cuando lo que deseamos es la corona que el Señor Jesús tiene para nosotros, pues la gloria que buscamos es la del Reino de los cielos y los honores que ansiamos son los que vienen de Dios”. Enfurecido, el gobernador ordenó que, despojados de sus ropas, se les arrojara a un lago de aguas congeladas. Ellos pasaron la noche soportando el dolor en la esperanza de que pronto estarían con el Señor Jesús. Para hacerlos claudicar, el gobernador colocó piscinas con agua caliente; uno de los cuarenta salió del hielo y caminó hacia las piscinas, pero uno de los guardias, al verlo dejó las armas y corrió hacia donde estaban muriendo de frio los otros treinta y nueve, mientras gritaba: ¡Soy cristiano!.
Mientras que para los creyentes esto es fe, para los impíos es inexplicable que mílites romanos jóvenes y fuertes, en el esplendor de sus vidas, hayan preferido morir que negar a Cristo-Jesús.